Coaching

Personas que van como pollos sin cabeza

Personas que van como pollos sin cabeza. Eix

Personas que van como pollos sin cabeza. Eix

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De tanto en tanto descubres a personas que por alguna razón te llaman la atención. Descubrir el motivo no es sencillo. Forma parte de esas sensaciones transparentes y volátiles que nos permiten sentir o no, buen rollo con alguien.

Estoy seguro que esa persona en la que ahora estás pensando a partir de mi introducción, forma parte importante de tu vida. De alguna manera se convierte en fuente de inspiración, alguien a quién imitar, aunque no sepas por donde comenzar a hacerlo. Tiene ese algo que va más allá de los conocimientos que posee, de los títulos académicos que guarde en su currículo, o de las habilidades manuales o intelectuales que demuestre. Lo que te ha llevado a elegirlo es ese feeling o sintonía que sientes con él o ella. Es su capacidad involuntaria para transmitirte con potencia aquello que en tu fuero interno te importa de verdad. Esa bolsa de valores que necesitas para poder acercarte a lo que sería la definición de ti mismo.

Te interesa lo que dice o lo que hace. Eso te invita a zambullirte en su conocimiento, a buscar su enseñanza, a familiarizarte con su mundo, entorno o actividad profesional. Estudias lo que hace, descubres técnicas y conocimientos que intuyes poderosos para sentirte mejor contigo mismo e incluso lo proyectas como una herramienta de futuro que te permita transmitir a otros todo eso que te genera ilusión y una imagen potente de ti mismo. Escuchas en algún momento que la piedra angular de su éxito se fundamenta en la forma que tienen para devolver al mundo lo que recibe de él. En ese instante, sabes que lo que construyas de bueno en ti tendrá que servir a otros ayudándoles para trabajar sus propias necesidades de mejora. Yo gano, si tú ganas.

Si en algún momento se te pasó por la cabeza que esto crece como una seta, así, de golpe, lamento estropearte la fantasía. Además de todo el conocimiento necesitas sumar habilidad para alcanzar algún nivel de maestría que bienaventurado, no termina de llegar jamás. Ese nivel requiere entrenamiento, repetición, corrección, nuevo entrenamiento, búsqueda de recursos, fallar, volver a fallar, fallar una vez más, llorar, sentirte perdido y recurrir nuevamente a la ilusión para volver a comenzar, interiorizando que todo este duro proceso es necesario para aprender. Lo primero, a no repetir antiguos errores y después a integrar la humildad necesaria que te ayuda a reconocer que nunca sabes lo suficiente y que por lo tanto has de continuar entrenando lo que crees que sabes sin cesar.

De esta forma, se mantiene el tono crítico que necesita tu modelo, tu mito, tu estrella, tu maestro, tu referente, tu gurú. Esa persona investida de todos estos títulos que se maneja con sobriedad, eficacia y elevada humildad.

Esta última, la humildad, dota de esa apariencia de sencillez a la elegancia con la que el maestro admite que para serlo ha de seguir aprendiendo hasta el final.

Aunque parece definida en su totalidad, esa persona especial, tu referente, necesita de un tercer atributo. Es el más importante, el que da verdadero cuerpo y entidad a la fórmula que lo define. El ingrediente secreto que por fortuna no lo es tanto. Se trata de la actitud, del estado de ánimo, del ser. Este ingrediente especial es el que me genera más dudas a la hora de integrar en ese proceso de imitación que me permitirá acercarme al modelo.

Define las conductas que mostramos en la vida, que guardan sintonía con una serie de creencias que tenemos y que corresponden a algún valor que consideramos importante para nosotros.

El asunto ya no lo es tanto de imitación, ya que empiezan a jugar a favor o en contra las creencias y los valores que llevamos en nuestra personal mochila. La vida como tal, es un compendio de dramas y circunstancias. De cosas que se mueven en diferentes escalas de importancia sobre las que actuamos con un criterio personal. Lo que es importante para mí, no tiene por qué serlo para otro. Acotar lo que está en la escala del drama o de la circunstancia es lo que nos permitirá responder con equidad, adoptando la mejor actitud posible ante cada situación.

Es buena cosa clarificar todo lo posible la diferencia esencial entre estos dos conceptos, el drama y la circunstancia. El drama es un tipo de episodio drástico como puede ser una muerte, una guerra, la miseria o cualquier falta severa de recursos. Es evidente que sobre cosas así no podemos actuar con alegría; que requieren tanto ayuda directa como tener y vivir el espacio necesario en el caso del duelo. La circunstancia es todo lo demás. Son aquellas cosas que nos pasan cada día, que tal vez no podamos cambiar, pero si resolver. Es más, tenemos la obligación moral de hacerlo. Se llama vivir tu propia vida, implicarte en ella, disfrutarla para lo bueno o para lo malo… como dijo el cura el día que te casas. Además tienes que hacerlo, esto sí con alegría. Con la sana intención de que aquello que sabes hacer bien, correcto y profesional además lo hagas con esa esencia de energía poderosa que le ponen las personas que miran las cosas desde el lado que suma. No te engañes más. Todo lo que te pasa, menos los dramas sobre los que ya hemos comentado su tratamiento especial, tienen un lado bueno de donde sacar el estímulo positivo. Llegado a ese punto, termina por cerrar la fórmula potenciándola. Esa es la actitud que da las ganas de admirar a tu modelo de persona.

Al final, como dice el conferenciante Víctor Küppers, no se trata de hacer un montón de cosas cada día, con prisas y a lo loco como si fuéramos un pollo sin cabeza, a todo trapo, sin orden ni concierto. No se trata de hacer más, sino que lo que hagas merezca tener el título de cosas importantes Tú sabes cuáles son esas cosas capitales, porqué lo son, para qué sirven y el estímulo que provocan en ti. De qué forma te animan a continuar en esa línea, como te lanza a seguir y mejorar todo lo posible tu actitud, tu esencia y el motivo que da una razón de peso persistiendo día tras día. Tus sueños, tus ilusiones, tus objetivos, tus metas, conforman un cóctel particular que explica quién eres y para qué eres. Así puedes provocar en otros esa sensación de grandeza en la percepción que de ti obtienen.

Si no frenas un poco, si no te detienes un momento, ¿Cuándo harás el mantenimiento que requiere tu vida? Las cosas no se caen por detenerlas, se caen por falta de sustento. O bien se lo quitas tú, o se lo quita su propia esencia. Si es así, lo probable es que tal vez nunca la tuviera. Si no haces otras cosas sabiendo que son mejores para ti e insistes en perjudicarte día tras día por no lanzarte hacia lo mejor, es que estás cooperando a sabiendas en tu propio perjuicio. No es delito (de momento), aunque entiendo conscientemente que debería serlo como otra forma sibilina de suicidio.

Hay que repasar todas estas cosas que hacemos con prisa y sin ton ni son. Acercarnos a lo auténtico que existe dentro de cada uno de nosotros y que marca diferencias, que permite a alguien más sentir ese estímulo de imitación y ejemplo. Añadir valor a nuestra vida y por ende a la de los demás.

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