Sociedad anestesiada

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Último jueves de mayo y un paseo matinal por nuestra bellísima Vilanova i la Geltrú, ciudad de productos de la tierra, de pescado fresco, de tradición marinera, de buena gente.

En plena calle Francesc Macià, esquina calle Vapor, a escasos metros de la Rambla Principal y a dos calles de la Pl. de la Vila, intento acceder al cajero externo de una conocida entidad bancaria. No me es posible porque está bloqueado por un señor, “un indigente” “a homeless” acostado cuan largo es, con su tetra brick vacío al costado y todo el peso del abandono. El sol, espléndido, comienza a rozarle el cuerpo, sus ropas se exhiben revueltas, su aspecto de desaliño completa un cuadro de soledad extrema.

Me acerco a comprobar si está desmayado, si se queja de algún dolor, si está herido… pero no, parece que duerme. Deberé entrar a utilizar los cajeros del interior del banco pero aún no lo hago, me detengo a observar a las personas que a esa hora del mediodía inundan este céntrico barrio. Algunas van apuradas, otras enganchadas al móvil, entran o salen de la entidad bancaria, cruzan al mercado, conversan animadamente en las terrazas de alrededor. Estoy absorta, nadie repara en este hombre y si lo hacen, apartan la mirada de forma rápida.

Frente a esta escena hay aparcada una unidad de Mossos d’Esquadra y un hombre y una mujer uniformados fuera del vehículo. ¡Qué alivio! Podremos ayudar a esta persona, pienso. Para mi consuelo otra mujer adulta ha tenido la misma idea y se suma a la conversación.

Nos dicen que no se puede hacer nada, propongo llamar a los Servicios Sociales, activar el protocolo de atención a personas de la calle en condiciones de vulnerabilidad, algún protocolo existirá digo. Pues no, al parecer “estas personas no quieren ser llevadas a los albergues” porque rechazan dinámicas donde hay
normas y obligaciones.

Por mi formación profesional no niego la explicación y hasta puedo entenderla pero insisto, si este protocolo falla ¿no habrá que diseñar otro?

Caminamos unos pasos, la vecina y yo, algo perplejas y manifestando que no debemos quedamos con esta realidad y que como ciudadanía tenemos responsabilidades. Aprendemos a naturalizar lo que no lo es y a asumir como normales hechos que no lo son.

Nos despedimos en esa misma esquina, a los pies del señor que “dormía la mona” hasta su próximo tetra brick o hasta que no despierte más y de paso le haría un favor, mire vea, al resto de transeúntes que continúan pasando de largo.

Volví a casa reflexionando sobre qué clase de sociedad y de personas estamos creando. En qué extraños seres nos estamos convirtiendo. Y ya ni me senté a comer, corrí a persignarme por la pobre gente de África, México o la India, sitios violentos si los hay donde escasean la comida, la justicia y la solidaridad y donde las desigualdades sí que son un problema a abordar.

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