Nos hemos juntado, que diríamos, mi hermana y yo esta noche para ver la gala que ha dedicado TV3 a la emigración andaluza. Y lo hemos pasado en grande, sobre todo porque dos de los entrevistados han sido nuestro santo padre y el marido de una prima. Creíamos que el "Siscu" Bandera iba sólo de público, pero lo han "liao".
Y ha estado bien, porque así hemos descubierto algo que no nos había contado nunca y mira que habla: Resulta que el autobús en el que vino desde el Valle de Abdalajís hasta Sant Sadurní d'Anoia era poco menos que ilegal. Al parecer iba esquivando los controles policiales. Sabíamos del centro de detención que habían habilitado en Barcelona para los "sin papeles" del sur, pero no que nuestro padre hubiese sido un clandestino. Se ve que el muchacho no le daba importancia al detalle y supongo que después de hacerse colega de nuestro vecino senegalés le parece aún más nimio. En fin, se va a enterar mañana cuando le veamos, va a tener que soportar cómo le cantamos la canción de Manu Chao cada cinco minutos.
Eugeni Madueño, periodista de La Vanguardia nacido en Garabato (Córdoba), decía que este programa debería ser el último, porque esos emigrantes ya no lo son, hace tiempo que son catalanes. Tiene razón en muchos aspectos, pero no estoy de acuerdo en que este tipo de programas sobran. No ha venido mal hacer este ejercicio memorístico. Algunas de las historias que se han contado son calcadas a las que explican los emigrantes de hoy día.
El programa ha incluido también el testimonio de los hijos de algunos andaluces, desde el actor Santi Millán hasta el Ferran d'El cor de la ciutat. Este último ha explicado algo que sentimos muchos de los que nos críamos en barrios en los que se vivía de un modo similar al de un pueblo andaluz y después hemos ido cada verano a visitar a la familia.
Y después de ese extraño "chute" de sur y nostalgia, vuelta a las pantallas la realidad catódica de todos los días. Zapatero en "59 segundos" y Pedro J. Ramírez una vez más insinuando que los catalanes chantajean al Gobierno, les arrancan compromisos, son insaciables. Y el auditorio le aplaude, hay trucos que nunca fallan. Muchas veces ni siquiera ofenden. Simplemente aburren. Y entristecen.
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