No voy a ser yo quien defienda a la señora Trujillo y sus soluciones habitacionales (muy buenas, por cierto, las anotaciones de "Escolar", pero sí hablaré de algunos casos que conozco. Tanto en Suiza como en Alemania y Suecia he vivido en casas de amigos, que, si no fuese por los complementos Ikea, responderían a lo que por estas latitudes denominamos cuchitril.
Pisos de 20 metros cuadrados, y hasta de 16, con lo mínimo: una sala-dormitorio, una pequeña cocina y un lavabo, que, en el caso sueco, casi siempre incluye una bañera.
Una amiga alemana de 34 años que estudia en Marburg vive en una "solución" parecida para familias universitarias. Esto es, estudiantes universitarios con niños. Su compañero y ella tienen dos hijas, de cinco años y cuatro meses.
En todos estos edificios, las lavadoras suelen estar en el sótano y se utilizan por turnos a los que la gente se apunta europeamente. A mí, hija de una andaluza típica típica, de aquellas a las que una lavandería donde se juntan las ropas de todo el mundo, ay Dios mío, le parece una especie de suicidio bacteriológico, me extrañó, la verdad. Después me volví una fan: Allí los más tardones se independizan a los veinte.
Tampoco seré yo quien recuerde que en los tiempos del "Cuéntame" cada español contaba con una media de 2,5 metros cuadrados de espacio, la que ostentan ahora los paquistaníes del Raval (aprovecho para hablar de las camas calientes, esos locales en los que los emigrantes duermen durante 8 horas tras las cuales sube otra persona a dormir y así sucesivamente sin dejar tiempo a que se enfríen los colchones).
Sin ir más lejos, los Banderas recién llegados a Barcelona vivíamos en un piso dividido en dos, una "solución" típica del desarrollismo, no es invento de la ministra de Vivienda. Al otro lado, una familia granadina. Cuando "prosperaron", mis padres se mudaron a un piso más grande. Más grande hasta que vinieron mis tíos por un lado y mi otro tío soltero por otro.
Y en catalán existe una expresión fácilmente traducible llamada "quart de casa".
No seguiré. Me limitaré a reflexionar sobre qué está pasando con nuestra cultura latina. Antes de que las habitaciones se convirtieran en soluciones solíamos salir a tomar el aire y a callejear casi a diario.
En cambio, ahora para pagar la hipoteca muchos se pasan el día trabajando y el resto del tiempo, en casa tirando de dvd surround y telepizza. Por eso el salón debe ser amplio, para no claustrofobicarnos con tanta tele. Pero salón grande equivale a hipoteca grande, con lo cual salimos menos.
Encima se nos ha olvidado el verdadero significado de dar una vuelta. Hoy día apenas nadie queda para pasear sin más, sino que las citas son para tomar algo, para consumir algo, siempre consumir. El otro día me lo explicaba un amigo nacido fuera de la Península. Había quedado con un compañero, un argentino. Estaba tan contento como asombrado:
- ¿Sabes? Simplemente hemos paseado. No hemos tomado nada. Hemos quedado y hemos dado una vuelta. Hemos estado charlando y mirando las calles, los edificios...
Dijo calles. No escaparates. Calles, personas.
Me acordé de aquel profesor de Granada al que llamé hace algunos meses y su mujer me dijo que estaba paseando.
Hay esperanza. Tal vez no haya que inventarse teorías del sosiego ni hoteles del silencio ni centros wellness con secador de toallas.
Quizás sólo haya que copiar a nuestros queridos vecinos, los que acaban de llegar. No sólo pasean. Además quedan en los bancos de nuestras calles y plazas para charlar. Durante horas. Sin consumir. Les llaman subsaharianos y caribeños. También podrían llamarles mediterráneos, pero ese nombre ahora sólo se aplica a las patatas fritas (¿Qué hace Ferran Adrià anunciándolas? ¿Irá justillo de pasta pese a las conferencias contra la obesidad y el invento del fast-good?).
El único inconveniente de que los emigrantes llenen nuestros espacios públicos al atardecer es que se ven mucho. Y eso a alguno le pone nervioso y hay quien monta guardia desde el balcón con los ojos muy grandes para verlos mejor, abuelita, abuelita. Pero, tal vez, si apagara el video (con la telenovela sudamericana a o el documental del National Geographic sobre países extracomunitarios) y bajara a charlar con ellos podría ofrecerse como testigo ocular de cara al padrón municipal. Podría jurar y perjurar que lleva tres años viendo a Usanavy sentarse junto a la fuente cada tarde. ¿Serviría para que le dieran los papeles?
* Usanavy podría muy bien ser Malena, la cubana que escribía un comentario en el post anterior. El nombre existe en algún lugar de Cuba. Un amigo me contó hace algún tiempo que había oído en las calles de La Habana chillar este nombre a una madre que buscaba a su niña. El oyente le preguntó si la había llamado en honor a alguna diosa africana. La mujer le contestó que para nada, que era en honor al padre de la niña, porque cuando fue a buscarlo lo único que vio fue un barco que se alejaba en el que se leía Usa Navy
Eix Diari utilitza 'cookies' pròpies i de tercers per oferir-te una millor experiència i servei. Al navegar o utilitzar els nostres serveis, acceptes l'ús que fem.