He decidido cambiar mi voto dos días antes de las elecciones al Parlamento catalán. Aunque la libertad es un bien sagrado, para algunos vivir en las catacumbas es un poco menos real. Prisionero hasta hace poco de la opción de izquierda y derecha, me fastidiaba que miles de políticas quedaran fuera de la Generalitat. La primera de ellas el precio de los pisos para la generación que viene detrás de mis 50 años. No es posible pensar en el poder y su ocupación formal sin aceptar cambios osados. Me criticaran por pedir un voto, pues no esa mi intención. Les digo que voy a votar, los demás con su conciencia.
Yo también tengo un sueño: el de una Cataluña donde uno se pueda sentir catalán y español sin que te llamen facha: Rivera dixit de Ciutadans de Catalunya.
Mi generación, la del sitio de copas Zeleste, la de la tolerancia provinciana de finales de los años 70, la del Bar de La Opera en la mitad de las Ramblas o del London Bar, siente profundo fastidio ante el político mediocre y abúlico que intenta asaltar remando encima del consejero electoral. Tal vez me ido haciendo viejo. Y en la vejez no importa la ropa que lleves, sino los deseos que maquillen tus ilusiones.
Desde la copa del pino Observo sin dinero ni poder. El frió cálculo del nido del águila.*
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