Me cuesta encontrar el adjetivo correcto para definir la maniobra de Air Madrid. Al ver a todas esas personas esperando en los aeropuertos a que alguien las teletransporte junto a sus familiares me he acordado de los emigrantes que entrevisté hace ahora un año para que me explicaran cómo viven la separación de sus seres queridos. Muchos de ellos llevaban años enteros sin ver a sus hijos por culpa de la burocracia, entre otros.
Actualización a las 8:10 Leo en Efe algo que suena a buena noticia: "Un grupo de trabajadores de la compañía Air Madrid, encabezado por el actual gerente de la empresa, Pablo Morera, están dispuestos a hacerse cargo de la compañía para que ésta vuelva a volar el jueves o el viernes próximo a más tardar. Morera indicó que los trabajadores de Air Madrid están preocupados por la situación que están atravesando los pasajeros que se encuentran "bloqueados" en los aeropuertos y creen que la mejor solución es ponerse al frente de la empresa para que ésta pueda seguir funcionando.
El gerente de la aerolínea destacó que han hablado con el presidente, José Luis Carrillo, y que éste está dispuesto a cederles todas las acciones de la compañía a coste cero para que ellos se hagan cargo de la gestión".
VUELTA A CASA Magazine - 25/12/05
Bebé, no llores, que la vida nos sonríe, le dice entre risas Brandy a su hija Celine, quien protesta en su carrito ante la puerta de una cafetería que no se abre. Brandy, dominicana de 41 años, lleva catorce en España. Cuando vine tenía un cuerpazo, recuerda con nostalgia. Y eso que había tenido dos niños. Para emigrar, tuvo que dejarlos en su país con los abuelos maternos. Tenían dos y ocho años.
El padre nunca me ayudó, afirma en un tono neutro. Ahora se siente muy afortunada con su marido, un casco azul holandés nada machista al que le hace gracia que la hija de ambos tenga el nombre de una cantante canadiense. Se conocieron hace años en Ámsterdam. Brandy subía a menudo cargada de bolsas de lencería para vendérselas a las chicas de los escaparates, uno de los muchos y variopintos trabajos que ha alternado esta dominicana para poder enviar dinero a sus hijos.
Ahora ya están aquí conmigo. Y estas Navidades van a ser buenísimas, porque también he conseguido que vinieran mis padres. La fiesta va a ser tremenda. Al fin estamos todos juntos, se felicita Brandy.
Traer a sus hijos, de 22 y 16 años, no ha sido nada fácil. Quien no lo viva no puede imaginar lo durísimo que es. Te levantas y no tienes a nadie a quien decirle hola y cada vez que llamas te preguntan cuándo vas o cuándo vienen ellos. Brandy aún recuerda el dolor que sintió cuando su hija la llamó para contarle que le había venido la menstruación. Lo mismo que cuando el pequeño se rompió un brazo con tres años y medio. Mis padres no me lo querían contar, pero el niño me preguntó mami, ¿tú tienes un yeso? y ya me di cuenta de que había pasado algo.
Las ganas de Brandy de reunirse con sus hijos se topaba siempre con la burocracia. En el año 2000 sólo se concedieron siete autorizaciones de residencia en concepto de reagrupación familiar. En el 2004 aumentaron hasta 103.998. A pesar de que la cifra no deja de aumentar, el trámite sigue siendo complejo.
Los requisitos para conseguir la reagrupación familiar son haber obtenido la segunda tarjeta de residencia. Eso implica que, como mínimo, el extranjero que la solicita ya lleva más de un año en situación regular en España. A partir de ese momento, el proceso de reagrupación puede durar unos seis meses. Si se suman las diferentes esperas, es muy frecuente que padres e hijos estén separados un mínimo de dos años.
Joseba Achotegui, el psiquiatra y profesor titular de la Universidad de Barcelona que ha acuñado el término síndrome de Ulises para definir el estrés crónico y múltiple que padecen los inmigrantes que se enfrentan a situaciones extremas de miedo, soledad y lucha por la supervivencia. En esta moderna odisea pasan por varios duelos extremos. El primero y uno de los más importante es el de separarse en circunstancias traumáticas de su familia y seres queridos.
La principal consecuencia de una separación familiar traumática es la sensación de abandono que sufren los hijos por no tener cubiertas las necesidades afectivas. Los niños no entienden de geopolítica, se sienten abandonados y punto. Ante este sentimiento reaccionan de distintos modos, ponen en marcha una serie de mecanismos de defensa, desde poner distancia emocional, seguir actuando como si tuvieran la edad a la que les dejaron sus padres, rebelarse, hasta enfermar, añade el director del SAPPIR.
Hace seis años los hijos de Brandy vinieron de vacaciones a España, pero se pasaron dos semanas sin salir de la habitación. El niño sólo quería dormir conmigo. Disfrutaron viendo que abrían la nevera y estaba llena de yogures de todo tipo, pero al final se tuvieron que ir.
El hijo de Barbara, polaca de 48 años, reaccionó negando la existencia de España. Para él este país es el que le ha robado a su madre. Cuando el niño tenía cinco años y su hija dos, Barbara empezó a trabajar tres meses al año en Alemania. Aquellas separaciones eran más llevaderas, pero después todo se complicó.
En la actualidad Barbara trabaja cada día de nueve de la mañana a nueve de la noche excepto los domingos. Limpia en diferentes casas y saca horas para hacer de masajista, su verdadero oficio. Su objetivo es mandar el máximo de dinero a casa para su marido y sus dos hijos, a pesar de que cada vez se están alejando más de ella. Mi esposo me quería mucho, pero ahora ya no es lo mismo. Hemos pasado demasiado tiempo separados. Lo nota cuando va de visita en verano. Mi pueblo es bonito, pero veo mucha pobreza y me entristece.
Esa mezcla de sensaciones hace que a menudo se sienta culpable. Algo normal, explica Achotegui. Los padres suelen reaccionar con sentimientos de culpabilidad y tienden a sobreprotegerles. Además, cuando se reencuentran con sus hijos han perdido muchas veces la autoridad y deben empezar a relacionarse con ellos de nuevo con el agravante de que sufren mucho estrés y trabajan muchas horas.
Exactamente eso es lo que le sucedió a Barbara cuando finalmente recibió en verano la visita de su hija Elena. A pesar de la alegría de estar juntas la convivencia no fue fácil. Es guapísima, pero nada ordenada.
A una familia que se ha separado y se vuelve a reencontrar le sucede algo parecido a un jarrón que se ha roto, compara Achotegui. Se puede arreglar pero siempre se nota que se han pegado los pedazos y a veces incluso queda algún agujero. Lo más antinatural que existe es separar a un hijo de sus padres. Por eso el psiquiatra denuncia que la Administración ponga tantos impedimentos e incluso llegue a incumplir la ley cuando esta cuestión afecta directamente a los derechos humanos.
Recuerdo un caso en el que un consulado español en África denegaba el derecho de reagrupación a una madre alegando que su hijo no era legítimo. Y lo hacía aun sabiendo que en ese país el adulterio puede condenar a estas mujeres a la lapidación, agrega Achotegui.
Cristina Marrero, abogada especialista en temas de extranjería, coincide en esta apreciación: El acceso a los consulados españoles de los familiares a reagrupar es muy difícil. A ello hay que añadirle el hecho de que la documentación exigida sea cara de obtener. En algunos países, como Cuba, conseguir un certificado de nacimiento cuesta cien euros.
Otros cien euros es lo que vale aproximadamente el informe que hacen los ayuntamientos sobre la vivienda del inmigrante que solicita una reagrupación. Ser el titular de su vivienda habitual es otro requisito imprescindible y bastante complicado, porque la mayoría de los emigrantes comparte pisos con otras personas en situación similar para ahorrar gastos. A menudo, cuando finalmente asumen los costes de una vivienda en solitario, se les deniega la reagrupación por insolvencia. Con el precio actual de la vivienda en España algunos inmigrantes tienen dificultades para conseguir más de trescientos euros de ingresos netos al mes.
Algunas situaciones son muy complejas económica y vitalmente, pero ante la duda de si deberían reencontrarse con sus hijos Achotegui apuesta por la reagrupación. Hay estudios realizados desde la II Guerra Mundial hasta la guerra de Bosnia en los que se demuestra que los niños que habían sufrido los bombardeos de la mano de sus padres estaban mejor psicológicamente que los que habían sido evacuados a otros países para ponerlos a salvo y no sabían nada de su familia.
Sin embargo, a veces es difícil verlo tan claro. Mariana Sandoval y Juan Miachimba, un matrimonio ecuatoriano que lleva en España tres y cinco años respectivamente, no sabe qué es lo mejor para su hija adolescente. Tenemos seis hijos. Los tres mayores tienen 25, 24 y 22 años y tienen sus vidas hechas en Riobamba, pero nos gustaría traernos a los pequeños, de 17, 12 y 10 años. Lo que sucede es que la chica está a punto de graduarse y si la traemos perderá el curso, pero si esperamos tendrá más de 18 años y ya no podremos traerla mediante la reagrupación, explica Juan.
Esa es otro de los grandes temores de los inmigrantes que han dejado en sus países a hijos adolescentes. La ley les impide traerlos en cuanto cumplen los dieciocho años. A veces la lentitud de la burocracia hace que las familias queden divididas por negligencias injustificadas.
No obstante, a Mariana no sólo le preocupa su hija adolescente, sino también qué sucederá si finalmente logra traer a sus hijos pequeños y los separan de sus hermanos. También en esta ecuatoriana se vislumbran sentimientos de culpabilidad. Siempre pensaba que no los abandonaría y al final me he tenido que venir y dejarlos solos.
Sentimientos parecidos tienen los también ecuatorianos Narciso Díaz y su mujer, María. Padres de dos adolescentes de 17 y 18 años a veces se arrepienten de haber traído sólo a su hija pequeña en aquel primer momento. Antes era muy fácil venir para los ecuatorianos, pero desde que cerraron las fronteras es necesario un visado. Hasta ahora no hemos podido regularizar nuestra situación y ahora la chica ya es demasiado mayor para venir.
Los hijos de Narciso y María se quedaron solos hace cuatro años. A pesar de su corta edad, decidieron vivir en su propio piso de manera independiente. Sus padres se enorgullecen de su autosuficiencia, pero ahora están preocupados porque la chica quiere casarse. Convencerla de lo contrario por teléfono no es tarea fácil. Su madre sufre mucho, está siempre pendiente de con quién andarán, siempre tenemos miedo. Pero lo más doloroso es que estamos divididos.
Su única alegría es la pequeña Erika, a punto de cumplir cinco años. Desgraciadamente, su madre no tiene tiempo para disfrutar de la niña. Y muy poco para charlar con su marido. Nos quitamos horas de sueño para poder conversar por las noches.
La falta de tiempo hizo que Olena Polovynkina, una enfermera ucraniana de 35 años, tardara tres años y medio en traer a su hija Katalina a España. Estaba mejor con mis padres, muy bien cuidada. Cuando me vine, completamente sola en 1999, la niña era muy pequeña. En aquella época Olena cambió de trabajo y domicilio varias veces y trabajaba todo el día. No tenía tiempo para cuidarla. ¿Con quién iba a dejarla? Si hubiera venido conmigo habría tenido que pasar mucho tiempo solita en el piso.
Por suerte, esta enfermera, que ahora trabaja como esteticienne, podía ir a visitar a su familia cada año. En la actualidad envía a su hija a pasar los veranos con sus abuelos para que esté con ellos, que son quienes la han criado y la echan mucho de menos, y también para que no pierda los idiomas ruso y ucraniano.
Las mujeres suelen reagrupar más que los hombres, explica Marrero. Lo hacen incluso cuando tienen otra pareja. Por lo general, los hombres están más preocupados por enviar dinero. Pero en mi despacho tengo muchos clientes marroquíes preocupados porque sus hijas vengan a estudiar aquí.
Una percepción similar tiene Sandra Camps, responsable de la sección radiofónica El locutori en RNE4. En su programa ha oído cientos de historias de emigrantes que explican la añoranza de sus familiares. Entre estas destaca la de una peruana que llevaba tres años sin ver a sus hijos y con los que a menudo hacía los deberes por teléfono. Finalmente consiguió traérselos. Entonces pudo comprobar hasta qué punto su hija mayor, de doce años, hacía de madre de los otros dos.
Es algo muy frecuente, explica Camps, quien también recuerda las charlas con una ecuatoriana que decía Yo lloro cada día. Mentalmente se preparan para estar mucho tiempo sin ver a sus hijos, pero después es demasiado duro. Lo mismo opina Zineb Koujabi, una marroquí de 45 años que lleva trece en España, diez de ellos trabajando como interna en una casa sevillana. Sus primeros meses en España fueron horribles pensando siempre en su hija de dos años. No pudo traérsela ni a ella ni a su marido hasta que cumplió. Ahora, con quince años, es una adolescente a caballo entre sus dos culturas y Zineb dice se muestra preocupada por esta dualidad.
Con la hija de sus jefes es menos estricta. Durante años, Marta ha sido una de sus pocas alegrías. La niña la llama tata y ambas mantienen una relación muy especial. Este vínculo le ha sido de gran ayuda para aguantar la soledad de los primeros tiempos. Su propia hija considera una segunda madre a la jefa de Zineb. Las dos familias que conviven bajo el mismo techo son una extraña combinación. Hace poco celebraron el Ramadán. Hoy, la Navidad.
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