A continuación, reproduzco la introducción al catálogo de la exposición
Gaye y Cesáreo viven en Dakar. El primero es un vendedor ambulante que sueña con emigrar a Europa. El segundo, un español que trabaja en una gran conservera. El almuerzo de Gaye le aporta unas 310 calorías, el de Cesáreo 850.
Las calorías de Gaye se consumen pronto. Se pasa el día caminando para vender objetos inverosímiles. En su fantasía, imagina un futuro en el que podrá tener una buena casa, un coche y algo de comer que no sea arroz. Este cereal es el ingrediente básico del chebou-diene, el plato nacional de Senegal. Como también lo es de la paella. En ambos casos, la cantidad y calidad del pescado añadido depende del estatus de los comensales.
El trayecto que lleva del chebou-diene a la paella está lleno de obstáculos, de fronteras visibles e invisibles, algunas tan tangibles como el océano o la policía, otras más etéreas, como la burocracia o el color de la piel.
Más de 30.000 ciudadanos subsaharianos lograron llegar a las Islas Canarias en el 2006 a bordo de un cayuco. Soy el que come, eres el que me come, somos lo que comemos reconstruye esas particulares odiseas a lo largo de Senegal, Mauritania, las Islas Canarias y la Península ibérica. Para ello, se explica la historia de Gaye y de todas las personas que encuentra en su camino, desde políticos hasta guardias civiles, pasando por turistas, cooperantes y vecinos desconcertados.
Las diferencias entre ellos se hacen evidentes al comparar algo que todos comparten: el acto de alimentarse. Sus calorías tienen muchas lecturas. Tal como afirma el antropólogo norteamericano Leslie White: El grado mayor o menor de cultura de un pueblo se mide por la cantidad de energía de que dispone cada uno de sus habitantes. El individuo que dispone de mayor caudal energético tiene, obviamente, mayor poder de transformar el mundo en torno, un grado mayor de libertad y una probabilidad más alta de que su vida dure más.
En otras palabras: las calorías significan euros, estatus y, sobre todo, años de vida.
Emigración y alimentación
La relación entre nutrición y salud física es obvia. En los últimos años se ha demostrado que la alimentación influye, además, en la salud mental de las personas. Sin un buen estado de salud física y mental- es muy difícil mejorar de estatus. Y ese es, precisamente, el objetivo de la mayoría de los emigrantes que se suben a un cayuco: hacer realidad el sueño europeo, progresar económica y socialmente.
Sus deseos se cumplen sólo parcialmente. Los emigrantes que logran establecerse en España deben trabajar sin descanso para enviar dinero a sus familiares y mantenerse a sí mismos. Son sus parientes, por lo general demasiado numerosos, quienes más se benefician de su esfuerzo. Al menos, a corto y medio plazo.
Esta realidad se hace evidente al comparar los retratos de los platos de comida de unos y otros. Tras todo proceso migratorio con éxito se produce un antes y un después. El protagonista y sus familiares suelen tener mayores ingresos y, por tanto, mayor disponibilidad de alimentos.
El problema es que estos aumentos no siempre resultan adecuados para su salud. Los bocadillos untados de margarina de los africanos que trabajan en régimen de pseudoexplotación en el campo español son un ejemplo de ello. En este sentido, aumenta la cantidad de calorías que ingieren, pero su nivel nutricional es incluso peor que el que tenían antes de partir, ya que su dieta es menos variada y está más saturada de grasas negativas para su bienestar físico y mental.
Por otro lado, el estatus del emigrante no mejora en el país de destino. Al contrario, aquí pasa a ocupar el último puesto de la jerarquía social y a sufrir sus consecuencias. Esa evidencia se plasma en los retratos de los lugares donde almuerza, y donde suele estar solo o demasiado acompañado, compartiendo comedor y habitación con otros emigrantes.
Este trabajo explica estas historias y su evolución a través de las fotografías de sus protagonistas, sus comidas y los espacios donde las ingieren. El análisis calórico del plato en cuestión completa la radiografía, pero no tiene validez científica, sino meramente documental.
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