La línea de la playa muestra el fin de la plaga de langostas que estremece a los habitantes de Cuernavaca. Aquí se junta el espíritu cerril unido a tanta miseria divagando por estos pueblos olvidados de la civilización. El autocar en que viajaba se detuvo casi al llegar a la esquina. Baje y recogí mi petate. Metí mano en el bolsillo y rescate del fondo un papel arrugado y meloso. Caterra 18. Una dirección entupida. Pare al primero que se me cruzo mostrándole aquello. Un gesto hosco e irregular me señalo una calle que seguí hasta dar con un emparedado de tapias. De entre ellas, una con orgullo aguantaba una puerta roja en la que se alzaba un caserón antiguo. Mire hacia ambos lados y golpee con los nudillos en la madera. Se había levantado un fuerte viento que arrastraba con el la tierra de este jodido pueblo. Probé dar otra vez y percibí que se abría. Una vieja simpática pregunto:
-¿Que desea? -Busco a Doña Palmira. -Soy yo. La enagua ocre se movió empujada por el aire. Le mire y ella mantuvo su respuesta de sentimiento. -¿No se acuerda de mi?. -No. Soy Grande del Cabo. El hijo de Sun. -Ah. Su exhalo fue tenue y mal querido. -¿Y que le trae por aquí?. Ella no soltaba la puerta, ni me invitaba a entrar. -¿Quería hacerle una pregunta sobre mi padre?. -Pase. Un estrecho pasillo daba salida a un amplio comedor con una chimenea oxidada y triste. -Siéntese. Su mano señalaría un sillón de mimbre, frente a dos reposados y famélicos sofás en uno de los cuales ella ocuparía un sitio. Golpeo las manos y una mujer joven y de buen ver apareció. Dio orden de traer naranjada con hielo. -¿Mi padre era?. Un seco sonido me corto la inspiración. Yo le conocí bien. Un descansillo sembró de dudas la estancia. -Cardenas fue mi amante. Era seco y plomizo. Su poder llegaba hasta el final de este valle. Le odiaban hasta las iguanas. En las épocas malas porque les ahogaba y en las buenas porque había que devolver sus prestamos. Soltó su relato de una tacada e hizo un descansillo. -¿Sabe Vd. porque murió?. -Del fiero y seco veneno que le quito las ganas de comer pescado fino -respondió. Un gesto de sorpresa de mi parte, se transformo en una mueca de sonrisa por su lado. -¿Es que no has probado el pescado fino? dijo ella mirándome con ironía. Mi turbación iba en aumento. Ella junto sus manos y formó una uve sedienta de sexo. Mi suspiro ante su descaro me vendió. Me salvo la mujer que entro con el jarabe. Se puso de pie y ella sirvió con parsimonia. Lugo fue hasta el sillón y desde allí levanto la copa. Me puse de pie, agarre y trague medio vaso. Un sabor fuerte de fruta amarga y picante bajo por mi laringe aumentando el calor. Ella se dispuso a continuar. Previamente abrió un cajoncito, hurgo en el y me mostró una foto amarillenta. Dos jóvenes corteses y bien vestidos llenaban el ángulo de la fotografía. ¿Mi padre y ella?. -El vino por primera vez a esta casa en el 29. Era un tipo fornido y descarado. Le recibí e intento pagar mas de la cuenta. No le acepte. Yo hacia mis servicios para el rico y el pobre. Todos buscaban encontrar un cierto arreglo a sus miedos y furias. Cardenas regreso al año siguiente. Su fama había ido en aumento. Mis amigos me prevenían contra el. Pero esa noche me perdí. En tres años no salí a la calle enfebrecida por las esperas y renuncias. Cada vez mi angustia de poseerle me dominaba más y más. Quise dejarle. Maldije contra el momento que le había abierto la puerta. Hasta que un buen día desnudos los dos, el no pudo conmigo. Y así sucesivamente hasta perder peso, pelo e irse apagando a pesar de visitar los médicos mas conocidos. Hizo una pausa. Su piel era más suave que cuando me recibió, sentía que estaba mas tranquila. -Y Vd. no pudo hacer nada. Si. Dejarle que cada noche contara una vieja canción de los años mozos. -¿Tiene alguna una pista. Metió la mano en su falda y cogió algo. Me acerque hasta ella y abrió la mano. Un ópalo azul, no muy grande brillaba con gusto a almendra. Mi gesto de sorpresa le ofendió. Dijo:
-El alambre del nido se balancea cercano al gusto. Podrido. Escuerzo. Del asno que cultiva su ego.
Recogí aquella piedra, de sus manos calientes y pegajosas y me aparte. Cargue el bolso a mi espalda. Camine por el largo corredor. Abrí la puerta. Afuera era de noche. El viento seguía allí ramplón y seco. El cielo manchado de estrellas hablaba solo. ¿A dónde ir?. Pensé en volver hacia atrás y pedir una cama, pero no me confiaba. Camine por la misma calle hasta pasar frente al antiguo cementerio, torcí un poco a la izquierda hasta dar con una posada-bar añeja y miserable. Entre en ella, detrás de un mostrador se veía una mole extraña, avance hasta estar cerca suyo.
-Hola -Quiero un cuarto. Bronco e inhábil un gordo con barba de dos días, giro una carpeta de lomo negro poniéndola hacia mí. -Ponga su nombre y DNI. Escribí y volví a darla vuelta hacia el. Miro en ella y dijo: ¿Cardenas?. Si. -Hace años vivió uno por aquí con ese apellido. Es el de aquella foto -hizo un gesto hacia la derecha. Un cuadro de cristal, apartado y colgado de la pared mostraba un hombre de 60. Con gafas rectangulares y corte de cara limpia. Un color salmón y rosa le daba un aspecto inhumano. -Con el organizábamos prosiguió el relato- las mejores partidas de poker de la zona. Compre este esta posada con un préstamo que me hizo. Era buena persona, poseía un talento especial para los negocios, pero era bravucón y falton cuando bebía de mas. Hasta que una vez vino a verme amarillo y en poco tiempo se seco como uva vieja. Desde esa época este pueblo se fue apagando. Su dinero corría y calentaba a más de uno. Venga me indico le siguiera- hasta la habitación. Al salir del rectángulo que le aprisionaba un olor a metano descompuesto se me echo encima. Hicimos unos metros hasta llegar a una puerta. El metió la llave y giro aquello, para dejar el paso libre al cuartucho. Antes de despedirse me miro y dijo: -Corren malos tiempos. Tenga cuidado. Mire la hora serian cerca de las 11 de la noche. El viento daba con fuerza al ventanuco, me asome hasta el cristal. Una luz de un farol se movía ligera en la calle. El aire barría unas hierbas secas que rodaban como después de un escarmiento.
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