Un ruido seco me saco del sueño. Luego otro y así sucesivamente hasta descubrir que provenía desde la puerta de la habitación. _¿Quien? _Son las 10. Los gritos del conserje paulatinamente se escuchaban más potentes. _¡Se acuerda que me dijo le despertara para ir a los gallos!. Me incorpore y le abrí. ¿Esta lejos eso? le dije al gordo de la recepción. Ud. debe salir a la derecha y sin dejar la vista continuar a poniente, verá que se encontrara con un galpón de techo de lata ondulada. Ahí mismo, golpee con fuerza. Le abrirá un grandullón. Dígale que va de parte de la posada. _Vale. Me vestí. Me pase el peine y baje las escaleras. Era de noche, el frescor encanecía los muertos. Llegue rápido al final de la calle y tal como me lo había descrito, un galpón alto y grisáceo con una entrada grande me cerraba el paso. La puerta estaba entreabierta. Al intentar entrar un tipo fornido se me echó al paso. Me miro, elaborando un sonido espeso y corto: _¿Y? _Vengo de la posada. El tipo escupió al suelo y giro la cabeza indicando que pasara. Avance unos metros y aparte una cortina roja y mugrienta. Dentro un círculo con tres niveles en el que se apiñaba la gente daba calor al recinto. Me metí en el segundo piso sentándome entre dos. Parecía estar todo el pueblo. La luz caía al centro. Dos líneas blancas paralelas y enfrentadas pintadas en un suelo de tierra fijaban los límites donde ponían los gallos. Di un giro con mi vista, la gente se apiñaba de pie y gesticulaba en dirección a dos que desde la pista tomaban las apuestas. En la parte alta divise a una mujer cubierta con de un extraño tul que le nacía desde el sombrero. Desde esa altura parecía la reina el espectáculo. A su lado un hombre no muy alto y nervioso apostaba sin remedio para la próxima lucha. Di un golpe leve con mi codo al vecino. _¿Quien es ?. Aquella. Mi compañero de sitio mascaba pipas y escupía señalando una mujer. _La viuda dijo. ¿Cómo se llama? _Marta Cardenas. La riña comenzó y mi colega preso de la histeria empezó a moverse en su asiento animando a un gallo rojo desmelenado y cruel. La gallera mostraba el aliento de los vecinos y un extraño olor, unido al los gritos de los animales que esperaban turno me llevo a erguirme y gritar a favor del perdedor. Los picotazos y las plumas flotaban en un denso desnivel de degradación humana. Al rojo le llamaban -el Universal-. Nuestro animal le había empujado al otro hacia la línea que daba a mi espalda y blandía su furia a picotazos y saltos mientras erizaba el plumaje. Mientras, decidí volverme en dirección a la señora que impertérrita, en lo alto mantenía su túnica y la tranquilidad en un mar de agitados compañeros. El calor sofocante del recinto estaba haciendo mella. Sentía un asco que trepaba como una hoguera desde mi barriga. De repente el Universal retrocedió y camino dando tumbos hasta su casa-línea donde se desmayo quedándose casi muerto. El otro se puso de pie y mantuvo el tipo. El desconcierto era general. El juez de valla autorizo que los dos cuidadores saltaran al campo y uno de ellos levanto al Universal dando señales de retirarse. Habían pasado tan solo ocho minutos. El publico hablaba y gritaba oscilando entre el comentario positivo o lamentando la suerte corrida por el Universal. Mire a mi compañero y le pregunte: _¿Como se llama el otro?. _El Chocolate. Su pisada vale 500 dólares. ¿Su?.... Le llaman así al gallo que perdura en el criadero*. Decidí bajar hasta el lavabo. Estaba asqueado. Cuando iba en esa dirección vi una barra destartalada, se me ocurrió que nada sería mejor que una infusión. ¿Tiene Ud. algo para el mal de panza?. El tío me miro y puso un vaso con tequila de Heno. Hice un gesto de rechazo. _Pruebe. Es un líquido que esta hecho con hierbas. Me acerque el cristal y el río de lava bajo quemando la tráquea. Permanecí allí una media hora mientras los gritos del coso se sucedían con altibajos. Se me ocurrió preguntar a mi interlocutor hasta cuando duraba aquello. Me explico que como mínimo una hora más y que lo hacían dos veces en semana. De repente por el pasillo, vi que la Viuda venia de frente acompañada por dos hombres. Decidí salirle al paso. Los dos que le acompañaban se me fueron encima. Atine a decir soy hijo de Cardenas. Me soltaron. Una voz metálica y desgastada de detrás del tul dijo: _¿Hace mucho que ha llegado?. Dos días. Me gustaría habla con Ud.. _Ahora voy a mi casa, si le apetece le invito a una copa. Le seguí hasta un coche y me monte en el. En cinco minutos llegábamos a unas rejas altas que abrió uno de los que nos acompañaban. Un camino largo entre arboledas dio con su brazo en la fachada de una mansión antigua y preciosa. Al bajar una nutrida jauría ladraba ante la llegada de la dueña. _Pase dijo ella. Entre en una recepción y gire a la derecha. Dos puertas abiertas daban a un inmenso salón. La dama del tul venia detrás. Escuchaba su velo latir mientras una sensación desagradable de llevar una mochila de peso siniestro me empujaba hacia delante. Una vez dentro, me señalo un sillón cercano a la chimenea. Se quito el velo y el sombrero. Una cabellera pelirroja remataba una tez suave, picara. Sus cincuenta como mínimo tendría. Los ojos pálidos y azules brillaban al acecho. Al moverse parecía arrastrar el sonido del agua de los cauces pequeños y estrechos de montaña. Se sentó frente a mí. ¿Que le apetece beber?. Hice un gesto de estar a punto de vomitar. María dejo caer suave a su sirvienta una orden, traiga dos tilas con anís. Una sonrisa se le escapo. Cómplice pero austera en los modales me encontraba ante un enigma. _¿A que se dedica?. Hasta hace poco trabajaba de mecánico en un taller de coches. ¿Le gusta su profesión. Si. Con tranquilidad y sin espasmo pregunto: _¿Que le ha traído hasta aquí?. _Mi padre. Tartamudee, pero me contuve. Mi corazón corría desbocado con peligro de morir de un calambre. _¿Le conoció cuando niño?. _Creo que le vi tan solo una vez. No podía confesar que encontré una foto de el cuando falleció mi madre con el nombre de este pueblo. _¿Ud. ha venido por la herencia?. Fría, sin contemplaciones se dirigía en la búsqueda de los porqués. _No. Más bien, deseo saber como era. Sus ojos iban y venían fundiendo el aire que nos separaba. Entro la sirvienta y dejo la tila, con la interrupción recupere fuerzas y pensé: ¿Y porque no preguntar si algo de el ha quedado para mi?. Más cauto dije: _Si, he venido por la herencia. Antes de morirse me hablo de Ud. y me recomendó le entregara una pequeña casa cercana de aquí. El le tenía mucho cariño. Todo lo demás decidió dejarlo a mi nombre. Su semblante seguía seco y solido. ¿No bebe?. Se le va a enfriar. Decidí acercar la taza. Siempre recuerdo una anécdota que contaba su padre de Ud.. _Ah. _Siendo pequeño le enseño a montar a caballo. Y le explico la diferencia que hay entre una yegua y un potro. Un día de regreso de cacería le sorprendió con tan solo cinco años montando una yegua. Ud. solo, la había preparado y sacado al campo. Al preguntarle porque había elegido ese caballo. Ud. respondió: _La yegua me ha hablado. Al decirlo, recordé aquella anécdota. Y también a la yegua. _¿Sigue aun viva?. No, pero tuvo un potro joven malquerido y díscolo. Ella sorbió otra vez de la taza. Levanto la mirada y dijo: _Ud. se parece a su padre. En esta comarca no le querían y ello fue la causa de su muerte. _¿Tiene Ud. idea de quien pudo ser?. Todo ha quedado cubierto por el tiempo y espero que halla Ud. entendido la anécdota. Se puso de pie, fue hasta un mueble, abrió un cajón y saco de allí una llave. Abre la puerta de la pequeña casa que él le dejo. Me levante, recogí de sus manos la llave. Su proximidad me turbo. Sentí un latigazo estúpido. Sus ojos eran más grandes y tensos. Su respiración sonaba fresca y mundana. Le llevaran hasta la casa de la colina. No sabia si estrecharle la mano o no. Ella me lo puso fácil, con un gesto miro a la puerta y eche a andar.
Al subir al coche y a punto de irnos, se acerco un sirviente. Baje el cristal. Me entrego un sobre grande y grueso. Dijo: Me ha dicho la señora que se lo quede.
El camino hacia mi nuevo hogar reflejaba una luna grande y redonda, casi al terminar después de una cuesta larga se divisaba la casa. Al pasar vimos un corral redondo, dentro pude distinguir la silueta de un caballo negro azabache. Le pregunte a mi acompañante por él. Su respuesta fue precisa: Ese era el potro preferido de su padre. La señora me ha dicho que ahora es suyo.
Abrí la puerta, estaba bastante oscuro. Intente dar luz pero no respondía, esquive un mueble y me deje caer en un sofá grande de la sala. Serian las tres y una voz me despertó. ¿Quien era?. Intente buscar una vela en los cajones de la cocina. Aquel sonido persistía. En un mueble apareció una linterna. Con ella me tranquilice regresando sobre mis pasos. Busque un lápiz y papel para escribir lo que creía haber entendido: ¡zasss!. La sangre se ha precipitado bajo la montaña.
*Los Mateitos, eran una raza de gallos, que tenían un peso promedio de 3. 7, pero contaban con el vuelo de un gallo 2.15 y la pegada de un cuatro libra, además cortaban más que cualquier gallo de la actualidad. Estos gallos tenían la pata barreteada, de color azul y amarillo y dos plumas blancas en las alas, característica que lo identificaba en cualquier escenario gallístico.
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