Aquella mañana gris y fría el tren se detuvo en Chamartin. Franco envió un edecán a recogerme. Madrid estaba desangelado y amortajado de mediocridad del régimen. De aquellos años, me identificó con la imagen que me disparo un fotógrafo y me inmortalizaría en los libros de texto. Es una sonrisa cruel, amarga, de príncipe solitario y diseño sin futuro. Acepté venir por lealtad a mi padre. La Corona era un agravio para la sociedad y el régimen un sueño espeso de pólvora y muerte.
Mi boda cambió mi vida. Ella era austera y profesional. Su acento griego y modales monárquicos me recordaban al final de los borbones. Ni el camino por recorrer de príncipe, en un austero y antiguo país en cenizas, ni el despertar de una sociedad hambrienta de libertad presagiaba mi tarea. Ella con optimismo solía decir: El se morirá y dejará en tus manos el fin y el comienzo.
La tarde que nombré a Suarez, presentía un cosquilleo, de paulatino e inútil descalabro del régimen. Al marcharse este hombre joven bloqueó la puerta de sensaciones decididas. El trabajo duro y sucio estaba comenzando. Los viejos oligarcas meterían sus patas en fieltro de momia, antes de exhalar un hipo hediondo de poder corrupto y marchito.
Tiré de la cadena y pase la punta de la hebilla del cinturón sin pensar en que mí alrededor, era una nube de incertidumbres. Debía decidir ante el agua golpista y los demonios de Alfonso Xlll. Mi padre en medio aguantaba la fiera hipocresía del régimen muerto hace pocos años.
¿Es inútil regresar a la gruta del asesinato?. Con esta pregunta, me acerqué a un teléfono y comencé a llamar a los generales adictos. En minutos liquidé el asunto. La mayoría esperaba mi decisión: ¿tibia?, ¿inútil?, o al estilo cívico-militar Era imposible construir una monarquía sin consenso. Las palabras estrictas y meditadas fluyeron: el rey está con la constitución. Un wiskito y la faena estaría lista. Si ganábamos seria rey por consenso. Los borbones estaríamos de nuevo en el centro de un país moderno. Si perdíamos, la larga pena del destierro me llevaría nuevamente al andén de Chamartín junto al gerifalte de Franco.
Los nietos han alargado la dinastía. Mi hijo debe dar sentido al consenso. Un monarca de rostro humano, abierto al fin de los estados. Un monarca que cabalgue en la aceptación provisional de una institución que sirve para representar al conjunto de los ciudadanos. Difícil y esquiva tarea para un príncipe que no cuenta a su favor con el odio de un régimen moribundo y la pesadilla de los muertos de ambos bandos.
Breve y áspero monólogo que cualquier ciudadano incluiría en su suma y resta acerca de la monarquía. ¿Es mejor un presidente que un rey?. ¿Es un problema de presupuesto, de coste?. ¿Es la monarquía el fiel reflejo de las ambiciones y desvelos de los ciudadanos?. Cuando la carretera se estira lejana y traviesa, uno cree que el fin esta en la paciencia para llegar al ultimo hito. En este camino, unos ya sudan su pasmo ante el descaro de los borbones del agosto. Otros se callan ante el monólogo, lento y pérfido del protocolo para aumentar la gloria de la institución. Pero la función simbólica persiste: cráneo y vegetal que alimenta los recuerdos de hace 50 años.
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