Vegueria del Penedès

¿Catalunya es diferente?


Cristina Pérez Capdet

19-07-2008 9:57

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Somos gente curtida, los animalistas catalanes. En Tordesillas aguantamos amenazas de muerte, insultos, gestos obscenos y proyectiles varios por ir a defender al toro de la Vega, al igual que los compañeros que llegaron desde todo el Estado Español. Pero nosotros recibimos doble ración de lindezas, por catalanes. En Valencia, en marzo, lo mismo. Ya era terrible que protestáramos contra las corridas de toros (¡y en Fallas!) pero es que encima algunos de nosotros éramos catalanes. Así que inevitablemente, cuando el autocar volvía a atravesar la imaginada frontera de la nostra terra después de tales aventuras por ese país tan raro que hay ahí fuera, respirábamos con el alivio del pececito capturado que devuelven al agua.

Hasta que un día, los animalistas catalanes decidimos hacer país, y nos encontramos en Amposta, ciudad no menos hermosa ni menos histórica que Tordesillas, por esta irritante costumbre que tenemos de defender a las víctimas de las orgullosas tradiciones patrias. Allí nos esperaban las personas que nos convocaron, los animalistas de Terres de l´Ebre que viven amenazados y hostigados por veïns de tota la vida que, en fiestas, sacan toros y vaquillas a la calle para arrastrarlos, quemarlos, apedrearlos, vejarlos, aterrorizarlos y, por fin, dejarlos agonizar hasta que mueren por una acumulación de sufrimiento que poco se distingue de la del toro castellano.

Aun así, no podemos por menos que agradecer la amable bienvenida con la que nos obsequiaron estos lugareños. Al paso de nuestra manifestación varios de ellos nos deleitaron con un rito paleolítico que consistía en colocarse en hilera dando la espalda a los manifestantes. Dicho comité de bienvenida estaba encabezado por una morcilla vociferante con césped color lejía en la cabeza y un simpático chulo alcantarillas en samarreta que se bajó los pantalones para mostrarnos el origen de sus ideas. Más adelante, un jovenzuelo vació su cargamento nasal en la camiseta enseñándoselo a los manifestantes, todo un honor considerando que nos comparaba con su más preciado tesoro. A su lado, un rubiales encanijado de mirada perdida recitaba un cántico elocuente, al principio inaudible, pero cuyo volumen fue creciendo hasta que pudimos oír el ingenioso tema: “Hi-jos-de-pu-ta” (cinco palmadas), “hi-jos-de-pu-ta” (cinco palmadas), y así sucesivamente. Bastante bailable, por cierto, además de original. A todo esto, una señora gritó: “Son tots de Barcelona!”. Ay, señora, ¡¿usted también?! Pero, ¿no habíamos quedado que a los catalanes nos atacan los de fuera? Al mismo tiempo, una compañera valenciana que desfilaba frente a nosotros levantó la mano y saludó a nuestros valientes compañeros de les Terres de l´Ebre con el signo de la victoria, un gesto equiparable a la mano que mi amigo de Sant Adrià del Besós posó en el hombro de la señora de Valladolid que lloraba durante el minuto de silencio por el toro de Tordesillas.

Por fin, una bandera rojigualda con el toro de Osborne exhibida en un balcón (paradoja sobre paradoja) hizo que nos enfrentáramos con la dura realidad: que da igual que nos encontremos a uno u a otro lado de la frontera. La frontera no existe. Ni para los toros, ni para los bous, ni para los que estamos fins els pebrots vermells de que, ante tanto patriota babeando de placer con el sufrimiento animal año tras año, nos digan que Catalunya es diferente.

Cristina Pérez Capdet

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