OPINIÓ
03-08-2009 13:04
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Una plaza rectangular. Rodeada de edificios, incluido el Ayuntamiento. Con palmeras y un solo café. En el centro un prócer de nombre incierto. La fiesta llega el último viernes de julio. Una riada de gente ocupa posiciones, hasta dejar muy poco espacio. Si Ud. Dirige su mirada hacia arriba, unas líneas rectangulares le atraviesan, marcando divisiones imaginarias. Cada tanto, un petardo grande y serio espera amarrado: ¿una orden?. ¿Una corriente de sal áspera?. O el estallido de los diablos que han entrado por las diagonales. Todo confluye en el prócer de bronce. Inclusive en los carnavales de caramelos y guerra allí le encontramos, preparado en la posición para abatirle.
Se van las luces. Un negro asfaltado de nube, vaticina el fin.
Los diablos se acercan para encender sus lanzas de mecha y fuego. La plaza estalla de chispas sujetas en mástiles, colgados en la mano de humanos. El prócer hace una señal y la gargantilla aérea que nos cubre, estalla iluminando de fiebre todo el gentío.
¡Nada será como antes!. Al marchar, la espera hasta el próximo julio, se cargara de demencia y aburrimiento.
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