DIARI INDEPENDENT DEL GRAN PENEDÈS

Miedo y racismo


Magda Bandera

21-06-2006 13:22

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El Estatut ya ha sido aprobado, así que las matemáticas deberían acabarse cuanto antes. No tiene sentido repartirse la abstención, el "sí" y el "no". Tampoco lo tiene hacer declaraciones patéticas como las que esta noche han salido de las bocas de Montilla y Rajoy, pero algunos parecen no tener límites. Lo demostraron, entre otros, en el último debate sobre "el estado de la Nación".


Ese día hablaron mucho sobre inmigración. Llevaban más de una semana haciéndolo con la excusa de los asaltos a chalets. Una vez más, se confunden los temas y se fomenta el racismo y la xenofobia con fines propagandísticos y electoralistas (recordar el principio 10 de Goebbels):

10. Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.



A continuación, cuelgo el reportaje sobre este tema que escribí en colaboración con Boris Matijas y el ilustrador Flavio Morais para el Magazine del pasado domingo 11 de junio.

En el peligroso círculo de los recelos
Magazine - 11 / 6/ 2006

La llegada de inmigrantes está provocando reacciones en la población española que se mueven entre el miedo a los extranjeros y un aumento palpable de la desconfianza. La base de esas actitudes acostumbra a estar en el desconocimiento del otro y la sensación de peligro que ello entraña. Y a menudo se alimenta de lugares comunes y de aseveraciones que resultan ser falsas

Mustafá, Ana Rosario y Sasa eligieron venir a España. Como tantos otros emigrantes, unos cuatro millones en la actualidad, midieron sus fuerzas y a menudo las calcularon mal. A muchos de ellos, sus particulares odiseas les han convertido en víctimas de un tipo de depresión bautizada como “síndrome de Ulises” por el psiquiatra Joseba Achotegui. Sus historias aparecen de tanto en tanto en los medios de comunicación. En ocasiones se explican desde la corrección política, en demasiadas otras son criminalizadas.

Más complicado resulta contar las historias del señor Francisco o de la señora Juanita. Ambos llevan décadas sin moverse del mismo lugar, pero sus paisajes han cambiado mucho en los últimos años. Aunque también ellos emigraron en su juventud no esperaban que al jubilarse convivirían con vecinos de todas las razas y procedencias. Gente con la que se encontrarían en la escalera y no se cruzarían una palabra. Mucho más altos, mucho más oscuros y también algo más ruidosos, dicen.

Para las sensaciones de Francisco y Juanita, y de muchos españoles asustados ante el fenómeno de la inmigración, no existen nombres de síndromes modernos. Sus miedos son conocidos como xenofobia o racismo. Y esta simplificación no hace más que empeorar el problema. Por un lado, casi nadie acepta que otro le tilde de racista. Por otro, los mismos medios y políticos que critican sus actitudes se pasan el día hablando de ilegales, de asaltos a chalets con “violencia extrema”, de bandas latinas y de bandas del Este.

Algunos habitantes de barrios como el Raval de Barcelona, que han vivido siempre rodeado de “autóctonos” reaccionan con miedo. “Otros lo hacen con sorpresa”, distingue Achotegui. “Vivir con miedo es muy peligroso, porque es el motor del racismo”.

El miedo se retroalimenta y es recíproco, añade este psiquiatra, quien recuerda el caso de una señora marroquí atemorizada desde que su vecina se metió con ella. “Seguramente, también su vecina tiene miedo. Por ello es tan importante combatir los tópicos y empezar a aceptar que los cambios son tan inevitables como necesarios”.

A Francisco le cuesta creerlo: “¿Cómo no vamos a tener miedo con lo que se oye en el telediario? Es un no parar. Y esto es solo el principio”. Este obrero industrial andaluz de 60 años, que emigró a Cataluña cuando cumplió veintidós, es un comunista convencido que no ve contradicción entre su ideología y su pánico ante la idea de que algún día haya en España un partido islámico que pueda impedir que sus nietas “tengan derecho a votar o que las obliguen a llevar pañuelo”.

Temores semejantes aparecen de modo recurrente en algunos medios de comunicación y en los centenares de páginas de corte fascista colgadas en internet “sin que nadie haga nada para penalizarlas”, denuncia Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, quien también critica la “peligrosa asociación que hacen algunos políticos al vincular delincuencia y emigración, creando una alarma innecesaria y alimentando la xenofobia al estilo de Le Pen”. Según Ibarra, desean hacerse con “ese 6% del electorado soñado por el populismo xenófobo”.

Para empezar, “la mayor parte de los delitos cometidos por extranjeros se debe a la acción de las mafias no a los emigrantes. Los criminales vienen con visado de turista”, remarca Ibarra. Los inmigrantes vienen a trabajar y temen incurrir en cualquier ilegalidad, cuanto más, un delito, porque saben que ello tendría sus consecuencias. Lo que desean es, precisamente, ser lo más legales posible.

Sin embargo, buena parte de los españoles tiene una sensación completamente distinta. Según los últimos barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 60% de los españoles considera que hay “demasiados” inmigrantes. Cuando se les pregunta cuál creen que es el porcentaje de población extranjera en España su respuesta es que un 20%, justo el doble de la realidad.

Este no es el único error ni tampoco el único mito que circula de boca en boca. En los últimos tiempos, las clásicas leyendas urbanas de fantasmas que se aparecen en las cunetas están siendo sustituidos por afirmaciones del tipo “los inmigrantes no pagan impuestos cuando abren un negocio” o “las becas de comedor son para los extranjeros”.

Incluso las llamadas “bandas del Este” no lo son tanto. Tal como publicaba el diario La Vanguardia el pasado 29 de mayo, el 78% de estas asociaciones de criminales son “mixtas”. Españoles y extranjeros planean juntos los crímenes y se reparten el botín. Los índices de criminalidad también desmienten algunas de las sensaciones de la mayoría de los españoles. En este país se producen dos homicidios por cada cien mil habitantes. En la Unión Europea la media es de diez.

Del mismo modo, las supuestas facilidades de los extranjeros para montar una empresa también son una falacia. Sucede todo lo contrario, deben cumplir más requisitos que los españoles, explica Xavier Miró, propietario de una gestoría. Se les exige que tengan una gran cantidad de dinero a modo garantía de viabilidad, “unos100.000 euros”, coincide Ghassan Saliba Zeghondi, secretario de inmigración de Comisiones Obreras. La oficina de información de la Seguridad Social también confirma que a la hora de hacer pagos “no existe ninguna distinción entre nacionales y extranjeros”.

La queja de que las becas de comedor son para ellos también es común. “Y falsa”, asegura una trabajadora social encargada de asignarlas en su municipio. “Se valora las necesidades específicas de los solicitantes y la verdad es que los hijos de los emigrantes suelen enfrentarse a más problemas. Es un problema de pobreza. La única directriz que tenemos es la de evitar que todos los emigrantes se concentren en los mismos centros. Por ese motivo, muchos colegios reservan plazas para los nuevos escolares”, explica Los españoles son los primeros que se quejan de la existencia de ghettos.

“Crash”, ganadora del Oscar a la mejor película, trataba este tipo de recelos y contradicciones. En este filme un policía blanco y xenófobo culpaba del deterioro físico de su padre al mal funcionamiento de los servicios sociales, cuyos principales usuarios son miembros de las comunidades afroamericana y latina. Como excusa para su odio racial, alegaba que su padre había tenido que cerrar su negocio a causa de las leyes de discriminación positiva.

En “Crash” los blancos tienen miedo de los ataques de los negros y los negros de su represión, los persas temen a los árabes y a los latinos y estos nuevamente a sus jefes blancos. Nadie está libre de ser víctima de un ataque de pánico y de convertirse en ese momento en alguien que sólo desea seguridad y protección hasta el punto de volverse agresivo en su empeño.

El sociólogo Zygmunt Bauman cita en su libro “Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros” (Arcadia) a su compañero Richard Sennet para explicar el círculo vicioso del miedo cuando los ciudadanos se temen unos a otros y acaban en “guettos”. Los más pobres en las zonas donde pueden permitirse pagar una vivienda. Los de mayor poder adquisitivo en barrios alejados del centro y ansiosos por protegerse.

Paradójicamente, estas urbanizaciones se han convertido en los últimos tiempos en lugares peligrosos. Por definición, están demasiado aisladas y ello las ha convertido en el objetivo de bandas mafiosas que cometen asaltos extremadamente violentos. El temor a los robos en chalets ha hecho que los latin kings hayan dejado de estar de moda.

Sennet afirma que cuanto más se separan las personas, en estos barrios, menos capaces son de tratar con extranjeros; y “a su vez, cuanto menos capaces son de tratar con extranjeros, mayor miedo les tienen”.
El temor de algunos padres a que sus hijos vayan a escuelas en las que haya demasiados niños inmigrantes puede tener serias consecuencias para ese desconocimiento mutuo en el futuro. Según el CIS, el 34,3% de los españoles nunca ha tenido relación ni trato con un inmigrante.

El conocimiento despierta la empatía, asegura Snezana, también conocida como “Mama Giana”, una gitana búlgara que junto a su marido lleva tres años cantando por las calles de Barcelona y Madrid. “Cuando les contamos cómo vivimos, los españoles se ponen a llorar”. Para ellos esta abuela de aspecto entrañable es una especie de “talismán”.

No todos los gitanos tienen su suerte. “Desgraciadamente, si alguno pensaba que con la llegada de los emigrantes el racismo se iba a dispersar se equivocaba. Para los gitanos no ha bajado ni un ápice”, afirma Juan de Dios Ramírez Heredia, presidente de la Unión Romaní.

Al ser preguntado por su relación con otras etnias y la posibilidad de que puedan producirse enfrentamientos como los ocurridos entre las comunidades gitana y magrebí hace justo un año en Perpiñán, Ramírez asegura que en general las relaciones buenas. Sin embargo, advierte de este riesgo si no se combate la pobreza en los guettos.

Por lo general, nadie quiere hacer distinciones entre los integrantes de las diferentes etnias. Después, en la intimidad, vuelven a aflorar los prejuicios y se establecen categorías para los diferentes emigrantes. “Los chinos no suelen dar problemas. Y la gente del Este suele ser bastante educada. Los magrebíes son diferentes”, sentencia un trabajador de los Juzgados de lo Penal, quien dice no ser racista, pero admite que no querría que sus hijos se casaran “con según qué etnias”. Para este ateo, “el tema de la religión es el principal inconveniente para integrarnos”.

Opiniones similares se oyen entre los emigrantes que viven en España. Como en “Crash”, ellos también sienten sus recelos. La marroquí Khaoula Bouchki dice que sólo le dan miedo “los colectivos que utilizan la violencia gratuita, como, por ejemplo, los Latin King”. Por su parte, la periodista lituana Kristina Nastopkaite recuerda que una compatriota suya reconocía que “si tuviera que compartir habitación y le dieran a elegir entre un francés y un negro, escogería al francés sin saber bien por qué. Sí, soy racista”.

Lamentablemente, la tendencia está cambiando y empezar a admitir que se es racista no está tan mal visto en algunos sectores. Un estudio reciente de la Universidad de Granada concluye que el 63% de los alumnos de 12 a 14 años cree en la igualdad. Sin embargo, un 27% de los escolares son racistas sutiles y un 10% lo son de un modo manifiesto o abierto.

Para evitar que los porcentajes más peligrosos aumenten, Ibarra apuesta por la educación en valores. Y por explicar que la emigración es un efecto de la globalización. Ciertos asuntos tienen causas mundiales, raíces lejanas y recónditas; pero los individuos “se sienten impotentes para luchar contra la contaminación mundial del agua o del aire o las consecuencias de la globalización para la mayor parte de la población mundial”, explica Bauman. Por ello, sólo se movilizan por temas locales, muy concretos. “Cuando se construye un vertedero de residuos tóxicos, o una residencia para refugiados en nuestro barrio”, agrega.

Eso es justo lo que ocurrió hace unas semanas en Tenerife, cuando algunos vecinos atacaron un centro para menores extranjeros. Tenesor Rodríguez, un traductor canario de 26 años, teme que se produzcan más actos similares. “La situación es preocupante. Algunos políticos han abusado de las palabras invasión y sobrepoblación, y ahora la gente tiene miedo. La mayoría de las veces es infundado. Pero su miedo es real”.

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