Vegueria del Penedès

C'est un homme, ou une pierre, ou un arbre


ellán | encanal

29-09-2001 0:00

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"C'est un homme, ou une pierre, ou un arbre..."
Lautréamont.


Me miro al espejo con un vaso de vino pero intentando dejar la superchería literaria a un lado, los espejos de la Calle del Gato, el folletín
posterior del tópico, me miro al espejo para ver lo obvio, para homenajear al cuerpo, porque el espejo más franco es el del cuarto de baño y le gusta la verdad del cuerpo, ese Algo cósmico que uno apunta a la Seguridad Social (así como el espejo del ascensor del Arts exige gomina y audacias, o como al del vestíbulo le gusta la mirada rápida y coqueta de invitadas que se desabrigan ; o al de un tocador, que es más carnavalesco, el maquillaje, la máscara). Me miro el rostro - la cara, que no es el espejo del alma, acaso lo sea del tiempo, porque si hay alma y Dios no lo quiera, no quiero un alma narigada, parlanchina, susceptible de bigotes o viruelas. No quiero un alma que maldigiera mis recuerdos, ni siquiera quiero recuerdos, para no manejar cadáveres de mí mismo (sucesión de difuntos, lo llama Quevedo), ni aficionarme a esas nostalgias que se mal curan con Whisky o psicoanálisis.

Porque la verdad está en los cuerpos, la memoria sólo sirve para comer el pan de los dolores, como dice el salmo, para confundirnos un yo que ya se ha tragado el tiempo , o que se ha quedado pegado y bobo en jardines y parques que ahora sólo me sacan al Bergman o al Proust que llevo dentro. Que todos llevamos dentro. El espejo no es ni un laberinto ni una adivinanza, quizá una
pronunciación de la arruga, una percusión muda de la vejez, el chiste socrático e incomprensible del tiempo, la concesión amable, lenta, heroica, a la tumba y
a los nietos.

(Y los huesos amarillean bajo tierra como amarillea y se pudre la foto
del abuelo, o como envejecen los espejos propios con secretismo de tocador).

El espejo es el que anota el rostro recién levantado, congestionado de albas, aún acariciado por sábanas o desvelos, el pelo y el aliento revueltos de sueño; y a la noche el cansancio probable, el terror al insomnio o el merecido descanso, el fracaso diario y monótono que es ser, a fin de cuentas, mientras uno se lava los dientes, los dientes blancos de hueso que sobresale con ánimo siniestro y publicitario. Agresión marfileña, viril a la encía que acabará por desnudarse de rosa, promesa dulce de Mortaldad: los miro y veo que se me alisan los bordes, que soy caballo regalado, lobo estepario. Y pienso que los dientes nos delatan a traición la edad, y con dientes trituramos la vida, canturreamos el frío y mordemos la almohada. Dientes incólumes al beso, al tabasco, al insulto, acortinados por las sonrisas, dientes que caen de miedo ante la muerte o se ennegrecen por ascetismo con lo dulce. Porque menuda actitud, la de los dientes ante la vida. En los dientes, como en Charlie Parker, celebro la solidez, la fugacidad. Y me conmueve la pueril vocación de perennidad en una dentadura postiza.

Así que estiendo alegre sobre mi fugacidad la ducha matinal del proletario, me ducho homenajeando al cuerpo con aguas, espumas, cotidianeidad, monólogos o emulaciones de Gene Kelly; y salgo a la calle con el cuerpo discretamente perfumado y mortal, invitando al sol a que venga a pacerlo mientras espero en
la parada del autobús.

Porque hasta en la espera del autobús amo a mi cuerpo. Hasta en agosto. A la transmigración de las almas superpongo la chuchería del genoma. A la mierda
las oraciones, las efemérides, las lápidas y el carrillón del abuelo. Más fiable que el recuerdo, más hermano de océanos, de la hierba, del barro: el cromosoma, amable y paleolítico. Es la carne lo que se inmortaliza, hay carne
de Pericles, de Lenin, de Dante en mi carne, su vanidad es una anécdota histórica, es su carne atravesada de descomposición, abonos, placentas la
que me construye , me duele, su carne enterrada aún caliente; la carne que es
la única susceptible de Olimpiadas y coitos, hasta el cáncer me parece una estrategia feliz de células renales, pulmonares, festivas a lo sumo, sin problemas de identidad o aficiones al mus. Con un edificante desinterés biológico por la Historia de los cuerpos, que allí arriba en el mundo se asalarian, prometen, aman.

Así que me voy al espejo con una copa de vino, y que no me lo bendigan, qué coño, que no me lo envenenen de metáforas rechupadas por generaciones parroquiales, con escritura desmenuzada por la intención del tributo y el domingo, me gusta el vino porque tiene ese algo de Baudelaire, como los sodomitas o las bufandas. El vino que sabe a tierra y a jornal, a sandalias mediterráneas, a nalga morena, pellizcada y amelocotonada de labriega; a pie descalzo y sazonado de mosto, a madurez de sol, a Henry Miller de estar por casa. El vino que también es cuerpo; y me busco en el espejo el azul galo y torpe de los ojos de Rimbaud en mis ojos oscuros de judío mal llevado, mi nariz de patriarca bíblico, mi pelo rojizo, igualito en el pelo que ha salido el niño al abuelo, que fue lechero, y encuentro esa realidad de poetas antiguos y lecheros vocingleros que soy. O me miro el cuerpo en el espejo para verme tan sublime como una hormiga o una estrella , me miro para verme hecho de hierba, de lluvia, de rocas, buscando en la piel, en la carne, en los huesos, el átomo, y un empeño de disolución elemental, rosada, whitmaniana. Y un acorde rítmico con los ciclos: mi cuerpo deshojado con el lírismo machadiano de los otoños, la floración alérgica de mis primaveras, el sofoco gastro-intestinal de los veranos, en mis manos las manos de nieve del invierno.
siento en mi cuerpo el rebullir de la especie, mudo y renal, de un esfuerzo acanallado e inútil de brazos, de siglos, que contengo en mis lumbalgias, en mi yugo de esclavo ; una migración de pueblos, un crecer de las epidemias, las bocas sin pan o sin dientes, los besos y el escorbuto, leprosos y princesas, una sucesión milenaria de cuerpos que copulan, comen, envejecen, toda la carnaza de generaciones que se acumulan en mí cuando copulo, como, envejezco, porque me hago viejo con este lastre devorándome los tuétanos, fatigándome en las escaleras, expectorando en las mañanas, envejezco y muero en esa búsqueda de la especie hacia un hombre mejor.

(Y mi sexualidad ha sido, y es, una serie de orgasmos cosidos a este océano de carnes, de energías retransformables.)

Pero busco en mi cuerpo, como en la vida, la anécdota, y hago mal. Porque no hay una personalidad en el cuerpo, no hay posesión ni préstamo ni agenda, y el yo total que es el cuerpo, que es al instante, se ríe la persona, que está hecha de recuerdos, máscaras, traumas infantiles y almas probables. Esta verdad le ofrezco al espejo y entendiéndola a medias rindo con vino un homenaje al cuerpo temible y biológico que veo , que no se limita a muertes individuales, a coronas de flores, a familia y amigos que lloran la pérdida, a necrológica banal; y un corte en la barbilla me conmueve por su empeño en hacer biografía, como cuando me preparo una persona de opiniones y fechas para monologar conmigo o acudir a eventos sociales. Porque a mi cuerpo, el del espejo, que es mío porque como dice Camus estoy hecho para tener un
cuerpo, le viene de lejos el acoso de la multitud humana, la gárgara de generaciones, cuerpos violados, castrados, gaseados o sólo envejecidos, humos sobre el crematorio, orgías romanas, militares que rompen con la culata del fusil el cráneo de los niños .

(En mi carne y huesos se resuelve el horror, me compone el cuerpo del verdugo y de la víctima. Eso explica el apetito, la vida, la inmortalidad kantiana, todo lo que no se puede entender.)

Me encuentro en el espejo el cuerpo de dientes,células, rocas, huesos, mi cuerpo de batracios, anfibios, primates y proto-hombres, mi cuerpo habitado por el sedimiento grávido de la especie, por un empeño fisiológico o demográfico de los siglos. La esclavitud y los imperios que reposan en mis brazos capaces , la carnalidad corruptible, temporable, natural de mi ser. Mi cuerpo de esclavos, ministros; marineros tatuados, juglares abatidos; putas que se abanican el sexo escocido. Un fluido, en fin, recompuesto y cuántico, de cuerpos que logra una inmortalidad indiferente, y el teatro tonto de la metafísica De algún modo traigo un sarcasmo de mortaldad en el cuerpo, una tragedia muda y forense en mi cuerpo de tío despreocupado, una pompa fúnebre y una parto, una clase dominada y otra dominante.

Y apurando con vértigo la copa de vino comprendo que es el cuerpo el espejo puesto frente al espejo : el vacío múltiple de la especie, la tontería intencionada que es la Historia, la mecánica terca, fatal y expansiva del cosmos.

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