OPINIÓ
03-05-2011 18:55
Subscriu-te gratuïtament i rebràs cada dissabte el nostre butlletí amb els articles d’opinió i notícies més destacades del nostre diari. Apunta’t ara!
Quiero creer que Covadlo se inspiró en las noches de Sitges, aunque podría haberlo hecho en cualquier rincón de España, donde miles de animales malviven en las calles ante la indiferencia de los bípedos superiores. Esto contrasta con la activa compasión de las señoras de la noche, un grupo de personas particularmente admirables dentro de la comunidad animalista.
Precisamente por ser mujeres (aunque en este grupo también se encuentra algún valiente caballero) y por ser generalmente mayores, las señoras de la noche suelen ser blanco de burlas y ataques varios. A sus detractores no les basta saber que, cada noche, cruzan vías y carreteras, se desplazan varios kilómetros, acarrean kilos de pienso y litros de agua, se enfrentan a variopintos personajes nocturnos, sufren las inclemencias del tiempo y se gastan gran parte de su jubilación para alimentar a los gatos. En el mejor de los casos, se las tacha con condescendencia de excéntricas o de viejecitas bondadosas que no tienen nada mejor que hacer. En el peor, son insultadas, amenazadas y hasta agredidas físicamente. Aunque para estas mujeres tremendas, esto no es lo más grave. Lo más grave es cuando el cobarde de turno da rienda suelta a su brutalidad y tienen que acunar en sus brazos los cuerpecitos sin vida de los pobres felinos.
Pero por más que les pese a muchos, las señoras son tan incombustibles como los gatos. Y todavía más ahora, que su actividad de alimentación y protección de estos animales está protegida por los gobiernos autonómicos y municipales, y cualquier ataque a los gatos penado bajo la ley de protección animal de Catalunya. Por fin, la impunidad ante el ensañamiento con los más indefensos ha terminado.
Cristina Pérez Capdet
PUBLICITAT
PUBLICITAT