Vegueria del Penedès

DRET A DECIDIR

Ya no puedo más


Cristina Pérez Capdet Sitges

14-10-2014 19:42

Eix. Excalibur, el perro sacrificado

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Dejemos de lado la ejecución de Excalibur, que horrorizó a animalistas, científicos y a cualquier persona con un desarrollo cardiomental superior al de una hortaliza. Dejémosla de lado porque no fue eso lo que me empujó a convertirme, aunque me confirmó que mi decisión, tomada unas horas antes, había sido la correcta.

Fue en la madrugada del miércoles 8 de octubre, después de que una tristeza inmensa no me hubiera dejado dormir en toda la noche. El ébola había llegado a España, una mujer estaba luchando por su vida y un gobierno de subnormales volvía a babear excusas por enésima vez, buscando chivos expiatorios con tal desesperación que llegaban a culpar, como de costumbre, a las víctimas. Y ya no pude más.

Ningún argumento a favor de la independencia me había convencido hasta ahora. Suele resultar más fácil encontrar fallos en los grandes razonamientos, diseñados para convencer a multitudes, que en los comentarios espontáneos de cualquier sabio de la calle. Por eso, cuando mi colega JM comentó que, a largo plazo, a Catalunya le convenía ser independiente pero que a él, con 58 años, le importaba más disfrutar del plazo corto sin tener que sacrificarlo al futuro de generaciones venideras, me pareció el cometario más sensato (y honesto) que había oído durante este debate.

Cualquier razón económica por un lado o por otro puede rebatirse con otra igual de poderosa. Por otra parte, los argumentos culturales están cargados de un sentimentalismo que no comparto. Amo Sitges y Barcelona, siento simpatía por otras ciudades catalanas, pero no conozco toda Catalunya como para amarla. Es más, detesto las poblaciones donde celebran correbous, tanto como detesto Tordesillas, Coria o Algemesí. Por otra parte, me encanta Madrid y me gusta Teruel. Y en España o en Catalunya, admiro a los que luchan por cambiar los males de ambas.

Pero me pongo en la piel de los catalanes, a los que se les difama, se les insulta, se les estafa y se les niega el derecho a decidir su futuro. Me pongo en mi propia piel catalana (sin que esto sirva de declaración patriótica) y he llegado a la conclusión de que, si nos quedamos, nos hundimos con ellos. Por el contrario, si por nuestra cuenta salimos a flote, tendremos la capacidad (y no dudo que la voluntad) de ayudar a nuestros vecinos.

Otro conocido cualquiera me comentó que no es que seamos mejor o peor que el resto de España, sino que, desde cerca, es mucho más fácil cambiar las cosas. Moncloa no escucha, la Generalitat sí. No tiene más remedio, los tenemos rodeados. Sólo hay que ver los logros alcanzados por la comunidad animalista en Catalunya (¡oh glorioso Julio del 2010!), hasta hoy.  Así que por fin he tomado una decisión gracias al gobierno español, que me ha ayudado a declararme a favor de la independencia por la sencilla razón de estar fins els pebrots.

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