Cristina Pérez Capdet |
29-08-2007 07:37
Cosas de la España profunda, donde todavía andan un poco atrasaícos, diremos los sofisticados, sacudiéndonos la responsabilidad como quien se sopla una caspita del hombro. Pero el caso es que la España de tripas y barrizal, criadero de españolazos inexportables y testigo de impensables crueldades, sigue existiendo con la venia y licencia del resto del Estado.
La celebración del Toro Alanceado cuenta con el título de oficialidad que la exime de cualquier querella, es decir, cuenta con protección gubernamental. Satisfacer la sed de sangre de los mentecatos en tiempos dictatoriales producía conformidad y silencio, en tiempos de democracia, produce votos. Y en esta democracia de diseño, en la que los lobis ganaderos aportan cantidades astronómicas a las campañas de los grandes partidos, los cientos de toros y vaquillas reventados cada verano son sólo una anécdota más de nuestra ya legendaria afición a la fiesta.
La celebración del ToroAlanceado cuenta con el beneplácito de la Iglesia, capaz de criticar otras religiones por el uso de la violencia mientras bendice a los matones sin un ápice de la compasión cristiana que debería definirla. No nos sorprende, la Iglesia Católica jamás se ha andado con chiquitas a la hora de mantener adeptos, y la sangre, no precisamente la de Cristo, suele ser un elixir infalible para su objetivo.
La celebración del Toro Alanceado cuenta con la complicidad de los medios de comunicación. A sabiendas de que este horror ni siquiera puede escudarse en el calificativo de “arte” como las corridas de toros, los medios “protegen” al público (además de otros intereses ya mencionados) de semejante espectáculo, omitiendo información sobre el mismo. Así pues, no es de extrañar que muchas personas de todo el Estado Español no conozcan su existencia.
La celebración del Toro Alanceado cuenta con el apoyo de nuestra sociedad. En un país que se columpia blandamente en la filosofía del “vive y deja morir”, con una preocupación obsesiva por la hipoteca, el trabajo fijo y las letras del coche, la España oscura se mantiene arraigada como un tumor que no prolifera, pero que tampoco nos molestamos en extirpar.
Excelentes escritores de nuestra geografía señalan la ignorancia como causa del infierno al que sometemos a los animales. Sin embargo, los mozos de Tordesillas no ignoran en absoluto lo que hacen cada año, y lo disfrutan paso a paso. Yo prefiero definir este tipo de fenómeno patrio como una mezcla de estupidez, frustración, complejos y maldad. Ahora bien, la inercia en la que nos mantenemos los que vivimos apartados de este tipo de jolgorios estimula esta combinación letal que nos embrutece a todos.
Cristina Pérez Capdet
LIBERA
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