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Debate sobre profesores de secundaria

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PROFESORES de secundaria

“Esta mañana en clase sólo tomaban apuntes tres personas”, explica Mariano de Castro. Los otros 22 alumnos de este profesor de Historia atendían a ratos y el resto del tiempo se entretenían a su manera. Más o menos en silencio.

Aunque el cuadro no resulta agradable, de Castro se da por satisfecho. Y es que “un chico de quince años que no quiere seguir estudiando se convierte en pura violencia cuando se le obliga a estar sentado varias horas escuchando materias que no le interesan en absoluto”. Este veterano de la enseñanza sabe cómo hacer que le respeten, pero no todos sus compañeros tienen tanta suerte. En los últimos tiempos, algunos profesores han visto cómo sus alumnos arrojaban sillas por las ventanas sin poder impedirlo. Otros tienen colegas que cada recreo se encierran a llorar en el baño.


La situación varía según el centro, pero lo cierto es que buena parte de los 320.000 profesores de secundaria españoles dice haber sufrido al menos un caso de violencia verbal. Un reciente estudio del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo (IDEA) patrocinado por el Centro de Innovación Educativa de la Fundación Hogar del Empleado (FUHEM) recoge que al menos el 5,2% de los profesores ha sufrido conductas agresivas por parte de sus alumnos.

No obstante, algunos docentes rehuyen el discurso tremendista. O como mínimo lo contextualizan. “Los alumnos son tan ingobernables como los hijos. Los problemas de disciplina que se dan en la escuela son los mismos que tienen lugar en las casas”, compara Empar Fernández, profesora de Historia y coautora del libro “Planeta ESO”. Según el informe de IDEA, aproximadamente el 86% de los profesores está convencido de que “los alumnos hacen lo que quieren en casa”. Uno de cada cuatro padres admite que es así.

“La autoridad ha caído en todos los ámbitos de la sociedad. No es algo exclusivo de la escuela”, asegura Eduardo García, quien imparte clases de Filosofía en Córdoba y se declara indignado por el modo en que esta sociedad permite, entre otros, los “juicios paralelos”. Estas prácticas hacen aún más difícil si cabe dar clases de Ética. “Junto a los alumnos solidarios, que los hay, y bastantes, te encuentras una minoría que es cada vez más homófoba y sexista”.

Según García, basta con encender la televisión para entender qué sucede en las aulas. Los insultos y la violencia verbal son habituales en la pantalla. “Una de las principales tareas de los profesores es proteger a unos alumnos de otros”. Afortunadamente, la sensibilidad sobre este tema es cada vez mayor. Tras el caso de Jokin, el chico vasco que se suicidó porque no podía soportar el maltrato de sus compañeros, salieron a la luz otras situaciones similares de “bullying” (acoso físico y moral). Hace apenas veinte días, una familia de Mollerussa (Lleida) denunció que su hijo de 14 años había intentado quitarse la vida porque no soportaba el acoso continuado de otros estudiantes.

Las agresiones a los profesores también existen y aumenta. “Nosotros estamos acostumbrados al maltrato psicológico. La violencia verbal prolifera en las aulas. Los alumnos a menudo la consideran un modo de relación normal. No la ven como lo que es: una agresión”, explica García.

Su esperanza es que el debate surgido a raíz de los malos resultados de España en el Informe PISA -en el que se comparan los sistemas educativos de 41 países- sirva para que también se hable de los problemas de autoridad en los centros.

“Venimos de una educación represiva en la que los maestros ejercían violencia física contra los alumnos. Mi generación también la padeció y no sentimos Yo soy una víctima de ello y no sentimos ninguna nostalgia por aquellos métodos”, explica este profesor, que se define “de izquierdas”. García cree que el “trauma franquista” ha hecho que la gente rechace la palabra disciplina y ahora los profesores se encuentran con que les faltan recursos para hacer que un alumno le obedezca en algo tan básico como pedirle que no boicotee sus clases.

Charlar ha sido de gran ayuda para García, quien, pese a su don de gentes y batería de recursos, admite que en alguna ocasión ha tenido que enfrentarse a clases especialmente “duras”: “Ahora que lo pienso, creo que me siento mejor desde que empecé a salir con los compañeros a tomarme una cervecita después del trabajo. Supongo que es algo parecido a una terapia de grupo”. Y a la formación continuada. Hablando entre ellos no sólo se desahogan, sino que también se aconsejan estrategias para apaciguar a su alumnado y, algo más complicado, “motivarlo”.

Precisamente, la palabra “motivar” produce urticaria entre ciertos sectores del profesorado, aquellos que preferirían recuperar el concepto del “esfuerzo”. Durante los últimos años los alumnos no tenían que aprobar para pasar de curso. Lo hacían automáticamente. Ello ha tenido consecuencias de diferentes tipos.

Para empezar, ha hecho que un alumno pueda recibir clases de temas para cuya comprensión necesitaría una base mínima de la que carece, porque no pudo asimilarla en cursos anteriores. Con los años esas carencias se acrecientan y al verse incapaz de adquirir los nuevos conocimientos, el joven “desconecta” y deja de seguir el ritmo del resto del grupo. En estos casos, suele reaccionar básicamente de dos modos: aislándose o empleando el tiempo en incordiar al resto del grupo. “Hemos malcriado a estos chavales entre todos. Queríamos ahorrarles el fracaso y hemos acabado convirtiéndolos en unos fracasados”, explica la profesora Yolanda Castillo.

Pasar de curso sin hacer nada especial para conseguirlo también provoca que “cueste mucho hacerles entender que deben esforzarse para aprender tanto las materias que les gustan como las que aborrecen”, asegura Ángel Martínez, un profesor de Latín, que no se cansa de repetir a sus alumnos que “en esta vida se hacen muchas cosas sin ganas, pero no lo entienden”.

Actualmente todo tiene que ser lúdico y divertido, y los chavales no comprenden que la escuela no lo sea. “Desde luego, yo no me voy a poner a hacer el mono en clase para explicarles el nominativo”, agrega Martínez e ironiza al decir que en la actualidad tiene que competir “con el mismísimo Sardá”.

La pregunta es “¿cómo se puede estimular a un estudiante para que hinque los codos cuando los personajes que triunfan son los que más gritan o los que venden su intimidad?”, lamenta el profesor de Filosofía y Ética Eduardo García. “Las clases medias y bajas ya no ven la necesidad de estudiar y han dejado de inculcársela a sus hijos como hacían décadas atrás”.

Martínez comparte esta visión: “Antes el estudio era una forma de promoción social, la única vía por la cual uno iba a lograr lo que sus padres no tenían”. Eso ya no es así. Los adolescentes actuales ven que sus hermanos mayores, con dos carreras y algún que otro master, apenas si llegan a final de mes. Esa tesis queda perfectamente explicada en el libro “Guapos y pobres” (Ático Ediciones), donde el publicista Alfredo Ruiz, de 29 años, describe las penurias económicas de la generación mejor formada de la historia de este país.

El Informe Juventud 2004 también mostraba que el 63,7% de los jóvenes españoles considera que su trabajo no “está nada relacionado con sus estudios”. Otro 14,3% decía que lo estaba “poco”. Tal vez ello explique en parte que los padres actuales no se preocupen demasiado de que sus hijos hagan los deberes. Al menos eso es lo que opina el 80% de los profesores entrevistados por IDEA.

“Cuando el niño llega a su casa parte del principio de que no tiene nada que hacer y no hay nadie que le pregunte si tiene alguna tarea pendiente. Yo he tenido alumnos que se me han encarado porque decían que en la LOGSE no hay deberes”, asegura García.

Asimismo, según el estudio de IDEA, uno de cada dos docentes cree que los progenitores “desatienden la educación de sus hijos”. Mariano de Castro comenta que de vez en cuando se producen situaciones que en otro tiempo hubieran sido impensables. “Hay algunos chicos que no vienen el viernes a clase porque a su padre le han dado fiesta y se van todos a esquiar a la Sierra. Si el padre no respeta el tiempo de su hijo, ¿cómo podemos esperar que lo haga él?”

Sin la complicidad de los padres es muy difícil imponer una mínima disciplina. “Esto no se parece en nada a lo que mostraba la serie “Querido maestro”, que era de un paternalismo tremendo. Aquí, cuando llegas a clase te encuentras con un tipo despatarrado, que no quiere quitarse la gorra cuando le pides que lo haga. Cuando finalmente lo hace te perdona la vida con la mirada”, explica De Castro.

“Hemos perdido el apoyo de la sociedad. Para muchos, el profesor es poco más que “aquel individuo indeseable que tiene muchas más vacaciones que yo”, lamenta Castillo. “Los padres de hoy día lo cuestionan todo. Nos traen a sus hijos y quieren un resultado. Pero al mismo tiempo no confían en nosotros”.

Por todo ello, el profesorado español dice sentirse “desmotivado” o “incluso quemado”. Este síndrome, que también se conoce como “burn out”, es cada vez más frecuente. El estrés relacionado con esta problemática también es elevado. Según un reciente informe del Observatorio de Riesgos Psicosociales, el 63,5% de los profesores presenta riesgo de sufrir un estrés alto. El 7,5% de este colectivo puede padecer acoso.

Los profesores interinos lo tienen incluso peor. “Somos los que más sufrimos porque siempre somos los últimos en llegar y nos tocan las clases más duras”, protesta una profesora de lengua catalana que prefiere mantenerse en el anonimato. Esta filóloga lleva más de veinte años impartiendo clases con contratos que se renuevan anualmente “y no contemplan el concepto de antigüedad. En cualquier empresa te hacen fija a los tres años, pero curiosamente la Administración no lo hace”, continúa.

Para esta interina, el hecho de que las convocatorias de oposiciones hayan sido tan escasas en Cataluña en las dos últimas décadas han hecho del profesorado de secundaria un “cuerpo envejecido y desanimado”.

“Entre 1993 y 2004 sólo hubo una convocatoria en 1997 y únicamente para algunas asignaturas, así que no hemos podido optar a una plaza. Ahora lo haremos junto a chicos que acaban de salir de las facultades y tienen los conocimientos frescos, además de mucho tiempo para estudiar y preparar las oposiciones”, se queja esta profesora, con un hijo universitario, a la que le gustaría dejar de tener un trabajo precario.

Las escuelas públicas también presentan mayores problemas de disciplina que las privadas. “Cuando asisto a algunas jornadas y coincido con compañeros de todas partes veo que somos unos privilegiados”, compara la profesora de inglés Yolanda Castillo, quien imparte clases en un centro privado.

Pese a las supuestas ventajas de trabajar en un centro privado, la mayoría de los profesores de la pública dicen no querer cambiar de lugar. Tampoco de sueldo necesariamente. Mariano de Castro se muestra irónico al comentar que de vez en cuando se propone compensar a los profesores subiéndoles el salario. “Así no se arregla este problema. No es cuestión de dinero, sino de intentar arreglar esto de una vez”. En este sentido, comparte la opinión de quienes apuestan por consensuar un Plan de Estado por la Educación “que no cambie con cada gobierno”.

La última Reforma Educativa se implantó “sin contar con la opinión de los profesionales docentes. Jamás ha habido un debate entre el profesorado para conocer nuestra opinión”, señala Ángel Martínez. Según él, la LOGSE fue una imposición de “ciertos “ideólogos” y algunas cúpulas sindicales” sin atender a las necesidades ni la problemática real.

El director del instituto donde trabaja De Castro también insiste en que la situación actual en las aulas está demandando medidas que no están previstas por la actual normativa. Como consecuencia de esta reflexión, 40 de los 630 alumnos de su centro reciben una enseñanza específica, mucho más técnica, en aulas especiales dentro de un programa de garantía social. Esas clases, que van desde la cerámica hasta la soldadura, se imparten “casi en la clandestinidad”.

No son los únicos profesores que pelean por ofrecer a sus alumnos alternativas adaptadas a sus circunstancias. No obstante, quienes no tienen tanto ánimo se conforman con que no molesten demasiado a los demás. Algunos de ellos han descubierto que las pantallas tienen efectos sedantes sobre los adolescentes y piden a menudo la sala de informática “para hacer prácticas”.

“Lamentablemente, el ordenador los hace aún más perezosos. Les permite presentar trabajos sin redactar una sola línea. Ahora muchos se limitan a “copiar” y “pegar” lo que encuentran en la red, sin comprenderlo, actitud que trasladan a la lectura y a los comentarios de textos”, explica García. Internet también posibilita encontrar mucha información pulsando tan sólo un par de botones. Sin más esfuerzo. Ni aprendizaje.

MARIANO DE CASTRO, 61
Profesor de Historia (Valladolid)“Me jubilaré en cuanto cumpla los 62. Me encuentro perfectamente, pero siento que yo aquí ya sobro”, lamenta Mariano de Castro. “Esto ya no es lo que era y yo tampoco pongo todo el alma en el trabajo. De todo lo que he aprendido a lo largo de tantos años sólo puedo aprovechar un 5% en las clases”. Para empezar, ni siquiera puede “rentabilizar” su cuidado vocabulario y ha tenido que reducirlo para que sus alumnos puedan entenderle. “He adquirido el hábito de buscar el término más sencillo”. Cuando deje de impartir clases se dedicará a su verdadera pasión, la investigación histórica.

JORGE DE CASTRO, 32 años
Profesor de Matemáticas y Dibujo (Madrid)
Hijo de profesores de secundaria, Jorge de Castro lleva seis años dando clases en colegios públicos y privados. En algunos de ellos el hecho de ser “el último en llegar” le supuso hacerse cargo de las clases más conflictivas. En la enseñanza privada existen más recursos para hacerte respetar, asegura. En la pública las faltas y los apercibimientos se muestran insuficientes. El hecho de ser joven dificulta imponer cierta disciplina. “Pero el ser chico ayuda. Las profesoras lo tienen peor, incluso las mayores”, asegura quien ha visto a más de una compañera salir llorando de clase.

ÁNGEL MARTÍNEZ, 50
Profesor de Griego y Latín (Badalona)
Cuando Ángel Martínez empezó a trabajar en 1981 como profesor de secundaria aún se respiraba algo del “espíritu reivindicativo de la transición”. Muy autocrítico con su colectivo, Martínez cree que ese ánimo ha desaparecido por completo. Ahora el sentimiento predominante es el de abandono entre aquellos profesores que se ven sobrepasados por la situación en las aulas. “Ello les ha hecho recluirse y adoptar cierto individualismo escéptico. La mayoría piensa que bastante tiene con sobrevivir”, opina.

EMPAR FERNÁNDEZ, 42
Profesora de Historia (Sant Feliu de Llobregat)
La autora del exitoso libro “Planeta ESO” (La Campana/Plaza & Janés) –escrito a cuatro manos con Judit Pujadó- observa con tristeza que la sociedad no valora positivamente a los profesionales de la educación. No obstante, lo comprende. La situación ha cambiado. “Antes, cuando la mayoría de la gente no tenía más que estudios primarios, el profesor sentaba cátedra”. Afortunadamente, ahora hay padres que están incluso mejor preparados que los profesores de sus hijos. La parte negativa es que muchos opinan y desconfían sobre todo aunque no dominen el oficio de la enseñanza. Los adolescentes tampoco valoran demasiado esta profesión. En los últimos tiempos su concepto del éxito personal “se mide cada vez más en dinero y belleza exterior. Piensan que el mejor trabajo es aquel en el que pagan más”.

ANTONIA FALCÓN, 46
Profesora de Historia del Arte (Las Palmas)
Antonia Falcón dirige la Escuela de Arte de Gran Canaria desde hace cuatro años. Esta profesora de “Historia del arte” dice sentirse una privilegiada porque sus alumnos no son de enseñanza obligatoria, sino de ciclos y bachilleratos. “Por eso no tenemos problemas de disciplina. Trabajar aquí es un placer”. Aun así, también se enfrenta a estudiantes desorientados, con diferentes niveles y sin hábitos de estudio: “Los primeros meses de clase tienes que dedicarlos a enseñar algo que dabas por sabido como hacer esquemas o resúmenes”.

EDUARDO GARCÍA, 39 años
Profesor de Filosofía (Córdoba)“
Se les ha vendido la idea de que la educación puede ser divertida, pero el modelo del espectáculo no se puede aplicar al aula”, dice García. Además, los medios de comunicación promocionan el valor de la eterna juventud. Por eso, los referentes de los chicos no son los adultos, “sino los alumnos mayores”. ¿Y quiénes triunfan en sus programas favoritos?, pregunta. “Los que más gritan”. Así que no es extraño que intenten comunicarse chillando. El debate racional, democrático, respetuoso con los demás es cada vez más difícil en el aula. Si la colaboración de la familia y los medios, la mejora de la enseñanza es imposible”.

IVONNE GAZTAÑAGA, 42 años
Lengua española e inglés (Madrid)
Las programaciones son inabarcables, reiterativas y muy aburridas tanto para los estudiantes como para los profesores, señala Gaztañaga. “El temario de 1º y 3º de ESO es el mismo y también lo es el de 2º y 4º”. A un niño al que ya le han hablado del Mío Cid difícilmente le despertarán la curiosidad una segunda vez. No obstante, el profesor está obligado a dar esa lección y otras muchas más. “Tantas, que sólo se pueden explicar superficialmente. A final de curso hay que presentar una memoria diciendo que has cubierto el temario, así que los niños van tragando temas sin asimilarlos”. Gaztañaga se queja de “esa presión”, pero también de la falta de “valentía” de los profesores para adaptar la programación a la realidad de su alumnado.

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