Todo el tiempo del mundo

Los testigos de J.B

Llaman al timbre. Son ellos: los testigos de J. B.

Tienes que beber más, eso te lleva al paraíso, y trasnochar. Los libros sagrados hay que leerlos por donde hay que leerlos. No es que vengamos a venderte nada, es que ya estás tardando en ponerte manos a la obra. La salvación te espera.

Se empieza por unas copitas, y luego la religiosidad viene sola. Además el cuerpo se acaba pudriendo de una u otra manera, así que porqué no acelerar el proceso.

No me digas que necesitas razones o motivos. Pongamos a Pin y Pon, a Barrio Sésamo, al consumismo, a la telebasura, a la señorita pepis, a todas las horas que has pasado embobado frente al televisor, o aquella orgía genial con las cuatro universitarias que se habían perdido en Odense, Dinamarca. Menudas vacaciones.
Sí, eso lo sabemos. Los testigos de J.B. somos como el mistol, estamos para quitar tu grasa, para que no tengas tiempo ni de respirar. La cosa es muy seria.

No hemos venido a hablarte de saldos en los estantes de gangas y rebajas del Corte Inglés, de tabletas de chocolate con leche, de jugar al mus en la cafetería de la facultad,de Rhet Buttler, Tara, Scarlatta O’Hara, las Barriguitas, el Coco, la Betty Boop, o de salir de copas.

Esto es muy serio. Nos preocupamos por la Humanidad. Vamos a dejarte un par de botellas, sin prisas, sin coste alguno, y te lo piensas.

No te pedimos que te hagas un tatuaje del Piolín o del Buba, ni que estés en duermevela rezando por tu alma. Ni mucho menos que la vendas, que le aúlles a la Luna, déjalo para los lobos, o que sigas viviendo con la barbie, el parchís, el rescate, el póker o el monopoli. Si hubieses encontrado el unicornio nada de esto sucedería. Por eso estamos aquí los testigos de J.B., los del patio del colegio, los capaces de hundirse en el corazón del océano, o en las grandes charcas de azufre y lodo.

Hemos leído a Rousseau y sabemos que hay un tiempo que ha vuelto, el de los machos y las hembras que unían fortuitamente según se encontrasen, según la ocasión y el deseo, y sin que la palabra fuese un intérprete demasiado necesario de las cosas que tenían que decirse. Se abandonaban con las misma facilidad.

Aunque cerré la puerta en sus narices, los testigos siguieron hablando de muchas cosas, aunque la última que les escuché era una leyenda india que dice que cuando los bisontes hayan desaparecido, cuando el hombre haya desaparecido, lo único que quedará es la oscuridad, y en la oscuridad resonará el eco del aullido del coyote.

Me pregunto si los testigos se beben o no las botellas que ofrecen.

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