Pisando huevos

No soy muy asiduo a ver la televisión, pese a que las estadísticas corean que los españoles pasamos nuestros más ociosos momentos delante de una pantalla, en vez de desempolvar las viejas novelas del círculo de lectores.

Uno de mis vicios inconfesables es ver esos programas de aire cómico que se dedican a hacer una recopilación de los videos más interesantes del panorama televisivo actual (que son pocos, para que engañarnos). En uno de estos ociosos momentos que comparto con mi mullido sillón, descubrí la existencia de un programa americano donde se pretendía que chicas jóvenes, sin un talento conocido, se convirtiesen en modelos de élite, a la altura de las mejores.

En el vídeo, uno de los miembros del jurado vapuleaba psicológicamente a una chica diciéndole que “estaba demasiado gorda para ser modelo”, entonces la chica se marchó resignada a su casa para vivir una vida como obesa de la talla 36.

En España (no vamos a ser menos) han importado el formato, al igual que hicieron con Gran Hermano, Operación Triunfo y demás perlas del panorama televisivo actual.

Nuestra versión española se sirve de un histriónico profesor encargado de adoctrinar a las modelos del futuro en el “duro arte” de la pasarela. Sus peculiares métodos consisten en hacer caminar a las aspirantes a modelo sobre tacones de huevo. Llevarlas a desfilar al bosque con calzado de varios números más grandes y demás supuestas técnicas útiles para curtir a las jovenzuelas y alzarlas al Olimpo de las supermodelos (que al fin y al cabo, son cuatro o cinco).

Desde las primeras semanas las alarmas saltaron: apología de la anorexia, proceso de selección de las candidatas y el largo “bla, bla, bla” al que nos tienen acostumbrados. Y es que siempre es lo mismo, la historia se repite una y otra vez, pues la “telerealidad” (o la tele enseñanza, en este caso) es un formato complicado y tumultuoso en el que nunca llueve a gusto de todos, y en este caso, el chaparrón me ha cogido con el paraguas cerrado.