Juan Re Crivello |
15-11-2006 22:23
El Imán se llevo su mano a la cabeza. Para Abdesalam Taimyya la plegaria del viernes era para hablar de los Libros sagrados. El debía intentar hacer comprender el concepto de lo sagrado. Decidió discurrir en voz alta es sagrado con entonación mortecina y tenue- lo que, en primer lugar se vincula al orden trascendente, luego, posee un carácter de absoluta certeza y además escapa a la comprensión y al control del espíritu humano ordinario.
Ante la dificultad a la que se enfrentaba, intento ser más explicito construyendo un ejemplo en su interior. Hermanos, imaginemos un árbol cuyas hojas, no poseyendo ningún conocimiento directo de la raíz, discutieran sobre la cuestión de saber si ésta existe o no, o de cuál es su forma, en caso afirmativo; si entonces una voz procedente de la raíz pudiera decirles que ésta existe y que su forma es tal o cual, este mensaje sería sagrado. Para nosotros continuó- el Corán es como la imagen de todo lo que el cerebro humano puede pensar y experimentar, y por este medio Dios agota la inquietud humana e infunde en el creyente el silencio, la serenidad y la paz. Hizo una pausa y respiro profundamente. Al detenerse y contemplar, el sentía que aquello que afirmaba vivía en su interior. Con cuidado forzó el siguiente argumento: el «recuerdo de Dios» es como la respiración profunda en la soledad de la alta montaña: el aire matinal, cargado de la pureza de las nieves eternas, cuando nos dilata el pecho; éste se vuelve espacio y el cielo entra en el corazón. Hizo otra pausa y retomo el animo elevando la voz en la soledad de su cuarto, con viveza fue mas allá diciéndose a si mismo con voz cargada de sentimiento espirar es manifestar una fase creadora o cósmica y absorber el oxigeno nuevamente es el retorno a Dios.
Al regresar a Dios surge la confirmación de que nos ha dado de antemano la existencia y con ella todas las cualidades y condiciones de nuestra vida. Al llegar a este punto la ansiedad le animaba a rematar su pensamiento. Pero, se hallaba indeciso ante los sucesos en que el Reino estaba inmerso. Las elecciones de pasado mañana darían a su partido el poder. Esta manifestación de triunfo, para el debía estar de acuerdo con la opinión tantas veces expresada: Dios no sólo es el Señor de los mundos, es también el Señor de su fin; Él los despliega, después los destruye. Nosotros, que estamos en la existencia, no podemos ignorar que toda existencia corre hacia su fin.
Pero el sabia que el triunfo electoral, ante esta tradicional exaltación, daría paso a una fría conciencia ante la nueva situación. En tan solo dos días debería administrar la ley moral de Allâh, la sharîa, y la jurisdicción de los poderes, fiqh. Estaría entre la palabra de Allâh y la palabra humana. ¿Su espíritu se conmocionaría ante esta próxima disyuntiva?. Agarro entre sus manos un libro rojo y dorado no demasiado grande, lo entreabrió y leyó en voz alta:
Él les ordena el bien, él les prohíbe el mal (VII, 157). El Corán
Jamal Ahmidan junto con su jefe entraron en el reino dos días antes de las elecciones. Llevaban con ellos el Trueno de Ala. La policía les había detectado pero en este sitio estaban a salvo. En su ánimo estaba presente la CIA, desconfiaban de su control sobre las llamadas de móviles. Jamal para la policía española era Jamal Abu Zaid, o Jamal Said Mounir, o Yuseef Doklmi, o Said Tlidni, o Redouan Aldekader, o Layari, u Otman el Gnauni, o Youssef ben Salah, o Yusef ben Salak, o Mustafa Mohamed Larbi. Miles de identidades que le conferían un aura especial. Pero su nombre de guerra era el Chino. El había escapado del piso de Lavapies. Aquel en que murieron los del 11 M. El era una de las cabezas de Al Qaeda. El pensaba instalar el Trueno de Ala cuando el Reino cayera en manos del Islam. Se había quitado las gafas y se había dejado crecer un fino bigote que acentuaba su cara de corte discreto y occidental. La fría maquina de la guerra santa estaba de nuevo en marcha.
La imagen es del blog http://maschamba.weblog.com.pt
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