Libertad de pensamiento

Sobre la libertad olvidada

El Roto. El arma definitva

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Es indiferente si prohiben la libre difusión del pensamiento en internet o en las calles, o si nos encarcelan cada vez que difundimos una idea revolucionaria, porque ni pensamos ni tenemos ideas. Pero no vivimos en ese mundo, vivimos en un mundo donde –a muy grandes trazos y cada vez menos- puedo publicar lo que quiera en internet, manifestarme en la calle y difundir cualquier idea –repito: a muy grandes trazos. ¿Por qué puedo? Pues porque ni pienso, ni tengo ideas. Así que ¿de qué sirve la libertad exterior si carecemos completamente de libertad interior?
Los hechos es que nos dejan expresarnos libremente sobre aquello que la autoridad invisible actual nos dicta que pensemos. Es el triste resultado de una lucha históricamente mal enfocada. El pueblo, en la historia, guiado por una clara falta de libertad exterior, ha acabado con tiranos, reyes y reinas y –en definitiva- con cualquier tipo de autoridad tirana vigente en cada momento histórico. El error fue obviar la otra cara de la libertad, la interior, con lo cual esta autoridad no fue eliminada, sino que fue transformada hasta la actualidad, donde su poder no impera exteriormente, sino interiormente –como un cáncer que nos devora poco a poco el cerebro. Nunca antes en la historia el poder había invadido tantos aspectos de la vida humana como ahora. En palabras de Fromm (1): “[la autoridad] Se disfraza de sentido común, ciencia, salud psíquica, normalidad, opinión pública”. Veamos qué significa esto.

1. Sentido común: es una forma unilateral de planteamiento, en tanto que necesita de un contexto invariable para funcionar. Yagosesky lo define como «la capacidad natural de grupos y comunidades, para operar desde un código simbólico compartido, que les permite percibir la realidad, o asignarle un sentido a personas, objetos o situaciones, que resulta obvio para el común de los integrantes de esa comunidad». En otras palabras, que no es más que una convención social,  un enfoque concreto de la vida y del mundo y de nuestras funciones sociales. ¿De quién es esa visión? Quiero decir que parece insólito que nazca de cada individuo particular y coincida con el resto, convirtiéndose en un pensamiento único (contradicción en sus términos, pues el pensamiento es múltiple). Entonces, ¿no parece más plausible que este tan alabado sentido común no sea más que otra imposición cultural del capitalismo para obligarnos a ver el mundo a su conveniencia?

2. Ciencia: dado que es un campo rodeado –casi vallado- por especialidades, tecnicismos, expertos y una brutal falta de transparencia (especialmente por el lenguaje técnico que se usa, y que aleja a la población media no-especializada de los avances tecno-científicos), sabemos poco de él. Pero no es nuevo –digo, hay varios ejemplos graves- de que la ciencia que conviene se potencia, y la demás se esconde. Entonces, con tales antecedentes, ¿podemos fiarnos de este órgano? Órgano que, por otro lado, nos sumerge en las falaces garras del ad ignorantiam, puesto que ni tenemos otras informaciones para contrastar, ni somos científicos ni técnicos para desarrollar el tema por nuestra propia mano.

Un claro ejemplo de lo que es la ciencia hoy en día (duele generalizar, pero nunca acabaríamos este artículo si nos detuviésemos en las excepciones; tan solo tener presente que las hay), es el documental Le Monde Selon Monsanto, que trata el tema de la comercialización de productos potencialmente dañinos para la salud humana y medioambiental, pero legales porque la ciencia los avala así.

3. Opinión pública: su problemática es parecida a la que envuelve al sentido común. Esta opinión, que decimos pública, ¿de quién es? “Tendencia o preferencia, real o estimulada, de una sociedad o de un individuo hacia hechos sociales que le reporten interés.” Pero lo único potente de la opinión pública es el cómo nos llega a nosotros, como individuos, lo que dice la opinión pública (de la que formamos parte), y nos llega por las noticias, los periódicos, los gobiernos y demás organismos gubernamentales. Para poner un solo ejemplo de la mentira que rodea a todos los medios de comunicación –por tanto, que contamina esta falsa opinión pública, convirtiéndola en la opinión (y persuasión) de la élite-, me referiré a algunos datos que publica Rebelión.org (2): consideremos entonces, el tener a Serge Dassault como propietario del diario Le Figaro, que Warren Buffett posea el 23% de las acciones del The Washington Post, o las declaraciones de Patrick Le Lay (director del canal francés TF1), “la función de TF1 es ayudar a Coca-Cola a vender su producto. Lo que nosotros le vendemos a Coca-Cola es tiempo disponible de cerebro humano (3).”

En otras palabras: hemos substituido la libertad de pensamiento (la libertad interior) por un dogma autoritario representativo de una sola voz: la de la élite. Dogma que muchas compartimos. De hecho, el contrario –no compartirlo, cuestionar el sentido común, la ciencia o la normalidad- es juzgado, inmediatamente, como un acto idiota. Y ahora empecemos a enlazar las ideas. Volviendo a Fromm –a su definición del autoritarismo-, vemos que basa la autoridad en una idea (un líder, un Dios) incuestionable, o, por lo contrario, tal autoridad caería derrocada. En sus palabras (1), “el carácter autoritario extrae la fuerza para obrar apoyándose en ese poder superior. Este no puede nunca ser atacado o cambiado. Para él la debilidad es siempre un signo inconfundible de culpabilidad e inferioridad, y si el ser, en el cual cree el carácter autoritario, da señales de debilitarse, su amor y respeto se transforman en odio y desprecio. Carece así de potencia ofensiva capaz de atacar al poder instituido sin estar primero sometido a otro poder más fuerte.”

Es decir –y me retracto ahora de mis anteriores afirmaciones en otros artículo del dinero como el Dios ateo actual-, que nuestra divinidad adorada no es más que un pensamiento único incuestionable. Eso lo contamina todo. Cualquier cosa que no apruebe, o que cuestione, no será nunca una duda radical –en tanto que revolucionaria- puesto que la cuestionaré a través de unas premisas falaces, como el sentido común o los datos científicos. Y esa es la exquisita ironía de la libertad actual: se nos permite cuestionarlo todo, con una sola condición, que no cuestionemos nada (uso aquí cuestionar como sinónimo de pensar en el sentido integral del verbo, es decir, pensar en tanto que construirnos un pensamiento propio y original desde la base).

El nuevo Dios, el Pensamiento Único Omnipotente y Omnipresente. Y nosotras sus súbditas, sus esclavas ya completamente autómatas. Es tan inmensa la mentira que cuesta demasiado ver el engranaje. Eso sí, una vez entrevemos el camino, no hay marcha atrás. Se trata de pisar Zion.

En resumen: que todo el mundo debería ver Matrix.

(1) Erich Fromm, El miedo a la libertad.
(2) Ignacio Ramonet, Medios de comunicación en crisis.
(3) Les Dirigeants face au changement, ediciones Huitièmer jour, Paris, 2004.
 

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