Ser antiamericano

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Un año después del ataque contra las Torres Gemelas asistí a un multiconcierto en el Paseo del Arco de triunfo para celebrar la Diada de Catalunya. Algunos jóvenes lucían camisetas con un dibujo del atentado, como símbolo de su odio feroz hacia todo lo americano, incluidos, supongo, los limpiadores, camareros, inmigrantes, otros cientos de currantes de docenas de procedencias, la chica española de 26 años embarazada, otros tantos que murieron en aquel infierno y todas las familias que se quedaron sin ellos. La guinda de la fiesta la colocó el cantante de uno de los grupos que tocaron aquel día, celebrando el atentado y burlándose de las víctimas ante los aplausos del respetable.

Han pasado más de seis años desde aquel día. Algunos de los asistentes a aquella fiesta habrán crecido y desarrollado algo parecido a un cerebro, y ahora quizás ostenten su antiamericanismo de una forma menos repugnante. Posiblemente lo hagan como casi todo el mundo, regodeándose una y otra vez en los tópicos que potencian algunos de nuestros famosos, cuya estancia de unas semanitas en suelo americano ya les convierte en autoridades en el tema.

Así pues, recuerdo a Almodóvar hace algunos años, todo españolete vivaracho él, como siempre acentuando su acento en inglés al agradecer un óscar en el teatro Mann de Hollywood. Ese mismo año Michael Moore también ganaba un Oscar por Bowling for Columbine, y el discurso de éste en el escenario contra la política de Bush le valió algunos abucheos y muchos aplausos. Sin embargo, fiel a las expectativas de su público, nada más aterrizar de nuevo en Madrid Almodóvar se llenó la boca con la terrible acogida que Bowling for Columbine había tenido entre el público americano y la comunidad artística, cuando lo cierto es que durante varias semanas este documental fue la película más vista y celebrada de la última década. Pero el estereotipo del americano patriota por encima del bien y del mal vende muy bien, y si Almodóvar tiene algún talento es precisamente el de ser un gran vendedor.

Otro famoso que no se abstuvo de complacer a su público patrio fue Pau Gassol, cuando empezó a jugar con los Grisslies y le preguntaron en TVE qué tal le trataban los americanos. El jugador lanzó un fuera de lugar: “Bueno, no saben muy bien dónde queda España, pero bien...”. Ojo, antes de hablar bien de los americanos había que rebajarlos y meter con calzador el tópico de la ignorancia, que después del del patriotismo es el que más gusta. Si bien esta ignorancia geográfica no carece de base, poco podemos reírnos en un país donde llamamos sudamericanos a los mexicanos o donde, los más leídos, afirman que México es el país más grande de Centroamérica (México es uno de los tres países de Norteamérica).

A este grupo de famosos se añade Lucía Etxebarría, cuya insuperable agudeza para señalar los males de la sociedad española, suele convertirse en estereotipados añicos en temas internacionales. Así pues, proclama que admira a Obama porque los que han vivido en Estados Unidos, como ella, saben lo difícil que es para un negro llegar a graduarse en Harvard. Pues bien, los que hemos hecho algo más que pasar unos meses en Estados Unidos, es decir, los que hemos crecido, trabajado, luchado y nos hemos graduado también en una prestigiosa universidad americana dentro de nuestro estatus de inmigrantes y de minoría, sabemos que en Estados Unidos, como en todo el mundo, existe discriminación racial. Pero también sabemos que las grandes universidades, y en especial Harvard, pionera de la integración de las minorías tanto entre estudiantes como entre profesores, el esfuerzo y el talento se recompensan. Como también se recompensaron el de Michelle y el de Barack Obama senior, esposa y padre de Barack respectivamente, ambos negros pero con el añadido de ser ella, mujer, y él, extranjero. No sé, igual son una familia de genios hiperluchadores, o igual es que para sacar a pasear el paternalismo hacia todo lo americano, especialmente hacia las minorías, valen hasta los ejemplos más inapropiados.

Con una elocuencia política que causaría la envidia del mismo Hugo Chávez, Etxebarría también menciona que en realidad importaba poco quién ganara las elecciones americanas porque “un presidente no puede ser mucho más que una marioneta de los intereses oligárquicos que le respaldan”, y pone como ejemplo a una amiga suya yanqui que participaba en la campaña de Obama porque era una ignorante, porque la pobre no leía mucho. Y dale. Bueno, dado que la pobreza intelectual ha dado como resultado un presidente que en menos de dos meses de mandato lo peor que ha demostrado ser es hiperactivo, igual nos convendría dejar de leer tantísimo por estas tierras para ver si surge alguna marioneta candidata a la presidencia que responda a los intereses oligárquicos de los presos torturados, los enfermos terminales, las mujeres, las víctimas de los conflictos bélicos, la pequeña empresa, los parados y el medio ambiente, entre otros. Y si encima es de una minoría históricamente discriminada, digamos un gitano, mejor.

Aunque, por supuesto, no seré yo quien tache a ningún presidente de omnipotente. De hecho, el escepticismo de los americanos hacia sus líderes, especialmente los anteriores a Obama, hasta ahora solía resultar en una asistencia a las urnas que rondaba el 20 %. Toda una falta de talante democrático, según la sabiduría ultramar. Pero da la casualidad que gran parte de los que no votaban lo hacían precisamente para no someterse al chantaje político de votar al malo para pararle los pies al peor. Ante dos opciones penosas, hasta los más leídos (que los hay), optaban por ahorrarse el paseo al colegio electoral. Aquí, en cambio, ante dos opciones tales, optamos por salir a votar masivamente al malo para que no entre el peor. Dos países distintos, dos maneras distintas de pifiarla.

Así que con tanto personaje desagradecido agitando los trapos sucios de una sociedad que ha contribuido muchísimo a su éxito, con el fin satisfacer las ideas preconcebidas de sus fans, yo rompo una lanza por EEUU. Y, sorpresa, no soy del PP. Todavía hoy me declaro, sin ningún tipo de vergüenza, comunista. Guardo muy buenos recuerdos del Socialists Workers Party, el partido de ultraizquierda al que pertenecí en un país donde, según se dice, está prohibido ser de izquierdas. De él abandoné el plan de tomar el Capitolio por las armas, pero no la anticuada costumbre de no identificar jamás a un pueblo entero con un gobierno.

Hablar mal del que está lejos es demasiado fácil. Y cuando al mismo tiempo no se mencionan las virtudes, es hasta ruin. Yo misma solía hacerlo, a veces por convicción, otras para no ser expulsada del autocomplaciente universo progre al que pertenezco. Pero hoy he decidido darle las gracias al EEUU que también existe. El que, con mayoría blanca, ha sido capaz de elegir a un negro de ascendencia musulmana (además de a una persona decente, por fin) como presidente. El plagado de activistas tremendos por cientos de causas buenas que se desgañitan en protestas sin que los medios de comunicación de allí y de aquí, cada uno por intereses distintos, les den cobertura. El de Susan Sontag, Ben Linder, César Chávez y Bugs Bunny. El de las comunidades de base, verdadera esencia de la democracia americana. El de la espontaneidad que los snobs se empeñan en tildar de payasada. El del Spanglish. El de mi gente.

Cristina Pérez Capdet

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