OPINIÓ

Los nuevos Ilotas

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Como envenenado regalo navideño de los nuevos generales lacedemonios (llegados al poder tras una incruenta batalla entre sus pares) descubro estos días que de mi salario, perfectamente controlado, mesurado y conocido hasta los últimos céntimos por los oráculos délficos de los que se invoca y obtiene todo conocimiento, se verá disminuido durante los dos próximos años por la aplicación de un ‘recargo transitorio’ en el impuesto sobre la renta. Por si esto no bastara, como privilegiado propietario de un piso (con limitaciones hipotecarias incluidas que los hábiles espartanos anticiparon del derecho romano aún por nacer) también sufriré otro recargo en el impuesto sobre bienes inmuebles, eso sí, igualmente ‘transitorio’ según vaticina el oráculo. Pero claro éste, investido de la libérrima e ilimitada capacidad de decidir, hasta de inventar la realidad, que le otorga la gracia divina de las urnas, puede cambiar de opinión (perdón, debería decir inspiración) y antojársele que el término ‘transitorio’ es inapropiado y casa mal con el sustantivo ‘recargo’. Es notorio que éste conlleva en su interior las ideas de aumento, incremento, ampliación, desarrollo, conceptos positivos a todas luces y, por tanto, qué mejor que dotarlo de continuidad en el tiempo y transformarlo en ‘permanente’, o cuando menos en ‘indefinido’, no en su porcentaje o en su obligatoriedad (a quién se le ocurre) sino en su duración. Mutatis mutandis, a nadie se le escapan los beneficios de un contrato indefinido frente a uno temporal, ya sea laboral, de arrendamiento, o de suministro de condones en las casas de lenocinio.

Los generales espartanos calculan que con estas dolorosas medidas (eso sí, de un dolor inferior al que ellos sienten cuando al despedirse de sus madres para acudir a la pacífica lucha cuatrienal estas les recuerdan que prefieren recibir su cadáver a lomos de un escudo publicitario antes que la derrota) ingresarán 5.000 millones de euros para disminuir el desbocado déficit público que cual ejército persa amenaza con invadirnos a través de las estrechas redes de las nuevas termópilas. Y para mayor tranquilidad y sosiego, hay quien cuenta que el oráculo anuncia que para 2012 se necesitarán, tirando por lo bajini, 36.000 millones de euros para que los generales puedan presentarse ante los dioses del Olimpo (perdón de nuevo, tal vez debería decir la diosa de Berlín) sin ser fulminados y condenados al ostracismo del averno.

Supongo que todo esto es razonable porque resulta impensable que la mesocracia lacedemonia, con su superior criterio y conocimiento, no haya descubierto o imaginado otras soluciones, cuando de todos es sabido que su guía y su norte son el bienestar de sus amados ilotas, siempre prestos al sacrificio máximo por sus generales.

Acaso resulte descabellado pensar que esta menudencia de millones podía haberse obtenido a través de préstamos a intereses razonables y con plazos de devolución que permitieran a los últimos obligados a su devolución, quien si no los tantas veces nombrados ilotas, un esfuerzo menor y más dilatado en el tiempo y así poder verse cada mañana en el espejo sin la forma de un limón recién exprimido.

Pero claro, esto es tan inverosímil como fantasear que el olimpo de los dioses (o era el de la diosa de Berlín) pudiera conseguir o generar 500.000 millones de euros para prestar a la casta de los chamanes de las últimas centurias al módico precio del 1% anual, dinero con el que su saber sacerdotal realizaría innúmeros milagros de multiplicación que solo los brujos saben pergeñar y con arteras artes completar. Carece de lógica porque hasta es presumible que tal solución requiriera conseguir buena parte de esos fondos de los esforzados generales lacedemonios que, a su vez, se verían obligados a recurrir con todo el dolor de su músculo latiente a recaudarlos de sus queridos ilotas mediante fórmulas imaginativas como los ‘recargos transitorios’. Lo que es indudable es que los hechiceros de la nueva hélade, con generosidad plausible y sin parangón, utilizarían semejante inyección de caudales para socorrer a los desesperados generales espartanos con nuevos préstamos al mesurado interés del 6% anual y poder tranquilizar a los estúpidos ilotas algo descontentos si no reciben la soldada.

Aunque ya he señalado la inconsistencia de semejante divagación, alguien podría pensar por qué los dioses (tal vez la diosa) no prestaron el dinero directamente a los generales. No tengo una respuesta única pero puedo avanzar diversas hipótesis. Una, los lacedemonios ni siquiera lo solicitaron para no enemistarse con los chamanes y verse expuestos a inimaginables desgracias de sus conjuros y profecías. Otra, lo solicitaron pero los dioses (quien sabe si la diosa también) lo denegaron, ellos solo tratan con sus ministros en la tierra, únicos depositarios de la sabiduría ancestral inalcanzable para los espartanos, no digamos ya para los ignorantes ilotas. Otra, el máximo encargado de la tramitación de tan complicado expediente en los cuarteles lacedemonios vio insalvable la dificultad procedimental marcada de modo indeleble en su ADN tramitador, ‘siempre se ha hecho así’.

Sea como sea, no conviene subvertir el orden de las cosas, sobre todo si funcionan con tan extraordinaria perfección desde los tiempos de los primeros ilotas. Tantos siglos poblados de imperturbables dioses, iluminados chamanes y sacerdotes, conspicuos generales, somnolientos ilotas, no pueden estar equivocados.

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