Obituari

Teresa

Teresa. Joan Valera

Teresa. Joan Valera

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Alzaba la voz ante cualquier injusticia. Tenía una mente privilegiada que no pudo poner a prueba porque dejó el colegio a los 11 años. Vivió y sufrió las consecuencias de la Guerra Civil. Nunca dejó de trabajar ni de leer. Tenía un gusto exquisito para los zapatos, era muy sociable y un poco entrometida. Era católica, de izquierdas, amaba la tierra que la vio nacer en la masía de Can Panxampla, junto al autódromo de Terramar. Tenía el corazón tan grande que sus convicciones iban más allá del ritual y el voto. Su legado de amor se ha quedado entre nosotros para siempre. Se llamaba Teresa y era el pilar de mi vida.

Pero al final de su larga vida, aquellas instituciones en las que confiaba, la abandonaron. Un gobierno cuya subida al poder la hubiera llenado de euforia si la demencia no hubiera estado ya apoderándose de ella, desoyó las advertencias de la OMS y permitió jolgorios multitudinarios en todo el estado cuando la pandemia ya causaba estragos, negándose después a aislar el foco del horror en España. Tampoco se quedó atrás el  gobierno de nuestra querida tierra, que mientras criticaba la gestión del estado, hundía en el abandono a las residencias de ancianos, la mayoría de las cuales no recibieron los materiales necesarios ni los tests del covid19 hasta finales de marzo, cuando ya era demasiado tarde para tantísimos residentes, incluida mi madre.

Mi madre murió como casi todas las víctimas del covid19, sin su familia a su lado. Tampoco tuvo el velatorio ni el funeral que habría querido. Las restricciones de la pandemia no lo permitieron. Pero como nos muestra la historia, las grandes tragedias, para muchos, se convierten en oportunidades. Oportunidades para hacer negocio, oportunidades para las excusas, oportunidades para mostrar de qué estamos hechos cada uno de nosotros.

Mi madre, siguiendo la normativa del momento, fue enterrada con la sola asistencia de tres familiares, sus tres hijos. No hubo ramos de flores, pues las floristerías estaban cerradas, bastaron tres preciosos lirios que habían crecido en su jardín. En su ataúd la empresa funeraria no se molestó en colocar una simple cruz, símbolo de su fé, una falta de respeto que se convertiría en un sustancioso ahorro para tal empresa, con la suma de todos los ataúdes de las víctimas del covid19 de nuestra zona. Además, tampoco se molestó en avisar a un sacerdote para que se acercara al cementerio a oficiar un simple rito funerario.  La explicación de la empresa fue que la diócesis de Sant Feliu de LLobregat, a cargo del Garraf, había prohibido la asistencia de los sacerdotes a los entierros. Sin embargo, según la parroquia principal de Sitges, seguidamente contactada, confirmó esta supuesta prohibición responsabilizando de ello al departamento de sanidad de la Generalitat..

Ante tales contradicciones, se averiguó que la Generalitat en ningún momento había prohibido la asistencia de sacerdotes al cementerio. Según el Departamento de Justicia, a 11 de abril (día del entierro) se permitía la asistencia de “tres personas allegadas además del ministro de la confesión pertinente”. Por otra parte, tanto el secretario general de la diócesis de Sant Feliu de Llobregat como el adminsitrador de las iglesias del Garraf, declararon al ser también consultados, que la diócesis jamás prohibió la asistencia de sus sacerdotes a los cementerios, a excepción de los muy ancianos. Según la diócesis, fue la Asociación de Funerarias la que decidió prescindir de su presencia, supuestamente para agilizar el proceso de los entierros. Aun así, citando palabras textuales, “la diócesis pecó de falta de reacción cuando recibió esta noticia, y tardó demasiado en ponerlo en conocimiento de la Generalitat, que al conocer el hecho avisó a las funerarias sobre el incumplimiento de sus deberes”.

El entierro de mi madre tuvo lugar, pues, durante esos días de conveniente confusión, añadiendo así más dolor a una situación desgarradora. No fuimos los únicos, cientos de familias de víctimas del covid19 del Garraf recibieron el mismo golpe de gracia.

La memoria de mi madre, como la de todas las víctimas de esta pandemia, exige respeto, verdad y justicia. Posiblemente nunca los obtendremos del todo, o no los obtendremos en absoluto. Pero lo que está por encima de cualquier duda es que nadie nos impedirá seguir señalando a todos los que permitieron tanto sufrimiento, ya fuera por ineptitud, por negligencia, por cobardía o por beneficio económico.

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