MINIATURA

CASCARRABIAS

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GONZALO CEBRIÁN, MAQUINISTA

Su vida laboral comenzaría a los quince años como encendedor de locomotoras. Luego, su entusiasmo y dedicación le permitieron desempeñar labores de engrasador y pronto se convertiría en un excelente maquinista, pero las largas horas de soledad vividas en el viejo vagón habían hecho de él un hombre desconfiado y huraño. Tal vez por esto, las continuas discusiones con sus compañeros y las repetidas quejas sobre las malas condiciones del material que le tocaba conducir, le habían hecho merecedor del apodo de "Cascarrabias", pero su suerte cambió con la llegada del año 1964, año en que muchas de las viejas glorias del pasado comenzaron a ser relevadas por las novísimas "Mikados".






Tras observarlas durante algún tiempo y comprobar los buenos resultados que ofrecían, decidió emprender su propia cruzada para conseguir ponerse a los mandos de una de ellas. Nunca sabremos si fue merecedor de ello o fue fruto de las continuadas quejas, pero Gonzalo consiguió ser asignado para conducir la 141F-2332, que acababa de ser gestada en la factoría de La Maquinista. Con ella vivió los mejores días de su vida... y el peor también.

CANICAS

Nunca como hasta ese día, los característicos sonidos emitidos sin descanso por la veterana 141 le habían parecido tan desagradables a Gonzalo Cebrián, su maquinista. Ya hacía rato que la cabina se había llenado de ruidos molestos y sentía que su cabeza era como una cesta llena de canicas que se agitaban sin cesar, brincando y rodando con soltura por la superficie brillante de los carriles mientras que, de pronto y por sorpresa, eran aplastadas enérgicamente por las ruedas del largo tren.
Como si cada aplastamiento estuviese sincronizado con las punzadas de dolor, Gonzalo sentía que necesitaba cerrar los ojos para escapar del atormentado sufrimiento, pero se resistía a ello al ver como el sol descendía lentamente sobre el horizonte de la solitaria playa mientras que las olas se acunaban en la orilla. La belleza de las tonalidades púrpuras que adornaban la ya oscurecida bóveda celeste, sin duda proporcionaban al Universo una victoria más sobre la limitada imaginación del hombre.
Durante algunos minutos, Gonzalo y su dolor permanecieron absortos contemplando por la ventanilla el increíble espectáculo, que fue devorado rápidamente por una hambrienta boca de piedra. Con la llegada del túnel, el mágico mundo desapareció tan fugazmente como regresaron las ruidosas canicas que, de nuevo y ordenadamente, eran atrapadas y pisoteadas por las aceradas ruedas, aunque esta vez lo que aplastaron fue una sucesión de piedras colocadas ordenadamente sobre los raíles que hicieron maldecir, y de qué manera, a nuestro maquinista.

-¡Maldita sea la estampa! - balbuceó con rabia mientras sacaba la cabeza por la ventanilla tratando de descubrir al culpable.
-Tranquilo jefe, que no ha sido nada. Solo unas cuántas piedras sobre la vía, - añadió desde el otro lado de la cabina Antoñín, el joven fogonero.
-Sí, pero ya es la décima vez que nos las comemos. ¡Si agarro a ese tipejo, te garantizo que se va acordar!. Seguro que es ese pastor que se pasea últimamente por aquí.

Durante las últimas semanas, casi todos los maquinistas habían vivido la misma experiencia y casi todos ellos habían visto al anciano pastor de ovejas que merodeaba las inmediaciones de la vía férrea. El pastor permanecía de pie e inmóvil sobre la rocosa y árida ladera y parecía contemplar el ir y venir de aquellos monstruos de hierro mientras su rebaño se afanaba por sacar el mejor partido al yermo terreno.

Cuando la veterana locomotora dejó atrás la sucesión de túneles, ya había anochecido por completo y una ligera llovizna comenzaba ha humedecer los raíles, tornándolos deslizantes y peligrosos. Gonzalo lo sabía, pero en su afán por concluir lo antes posible el viaje no redujo la velocidad, dejando atrás la costa en pocos minutos mientras que por delante comenzaba a divisar las tintineantes luces de la gran ciudad. Antes de emprender la cerrada curva del Clot, una lucecita roja pestañeó en sus ojos y, de manera instintiva, redujo la velocidad del convoy haciendo sonar insistentemente el silbato para avisar de su presencia a los guardagujas de la caseta de enclavamientos. Casi de forma inmediata, la luz roja fue sustituida por la verde y las pesadas ruedas motrices comenzaron a estremecer los cambios de agujas de la estación. Al pasar de una vía a otra, la locomotora zigzagueaba en medio de un traqueteo ensordecedor y con la mano apoyada sobre la palanca de freno, fue aminorando la marcha del tren. Bajo una fina lluvia y envueltos en la oscuridad más absoluta, el convoy fue estacionado en una solitaria vía de apartadero.

EL FATÍDICO DÍA

Goethe decía que "los acontecimientos venideros proyectan su sombra por anticipado" y eso era lo que, probablemente, el subconsciente de Gonzalo debía advertir mientras se agitaba inquieto sobre la revuelta cama. Tal vez por eso, desde el momento en que sonó el despertador, sabía que tendría un mal día.
Cuando salió del dormitorio de maquinistas aún no había amanecido. Había llovido insistentemente toda la noche y la ligera brisa de la mañana había conseguido deshilachar algunas nubes por cuyos escasos jirones, la luna brillaba cansadamente después de repetidos intentos. Mientras caminaba pesadamente hacia el depósito de locomotoras recordaba la visión de las piedras colocadas sobre los raíles en el interior del túnel y la figura del pastor de ovejas que merodeaba la zona. Estaba convencido que, tras la poblada barba blanca, el pastor esbozaba una sonrisa de triunfo por su fechoría. Ahora más que nunca, los comentarios bravucones de otros maquinistas sobre quien sería el primero en dar un buen susto al pastor, parecían comenzar a fraguar en su adormilada mente.
Ensimismado con sus pensamientos, Gonzalo llegó al depósito de locomotoras de Pueblo Nuevo sin apenas percatarse de ello, como tampoco se percató del buen número de locomotoras que aguardaban pacientemente su puesta a punto para afrontar la dura jornada. Junto a dos "Torpedos", algunas "Bonitas" y un par de "Renfes", la "Mikado" de Gonzalo levantaba presión entre los cuidados del personal del depósito.






***
La 141F efectuaba marcha atrás, acercándose lentamente a la cabecera del expreso estacionado en la vía 4.

-Despacio... despacio...

Asomado a la ventanilla y sin perder de vista el final del tender, Gonzalo atendía las indicaciones del enganchador que gesticulaba con las manos.

- ¡Para!

Tras accionar el freno, las bielas se inmovilizaron bruscamente, lo que provocó que la locomotora se deslizase sobre los húmedos raíles y chocase débilmente con los topes del primer vagón. Para aligerar la presión contenida en los pistones, Gonzalo dejó escapar densos chorros de vapor que barrieron el suelo emitiendo su característico silbido.

- ¡Eh, Gonzalo!
Soltando la palanca, Gonzalo bajó la mirada y vio al hombre que le interpelaba. Bajo una gorra de exageradas dimensiones en proporción al tamaño de su cabeza se encontraba Horacio Anguita, el enganchador de servicio.
- ¿Qué llevamos hoy? - preguntó.
- Lo mejor de lo mejor, muchacho. El ojito derecho de la compañía. Tiráis del expreso de Madrid –respondió.
- ¿Hasta el final?
- Eso no lo sé, pero como está la reserva bien podría ser.
- ¡Mierda!. - Se dijo para sí Gonzalo mientras escupía con fuerza con el cigarrillo en la boca. - ¡Siempre me toca bailar con la más fea!.

Con algo parecido a una sonrisa maliciosa, Horacio desapareció entre las nubes de vapor que se desprendían bajo el bastidor de la "Mikado" mientras ésta respiraba rítmicamente bajo la fina lluvia.
Asomado a la ventanilla, Gonzalo esperaba impaciente la llegada del jefe de estación que se dirigía hacia ellos bajo un enorme paraguas negro con algunos papeles en la mano. Tras situarse al pie de la cabina, le tendió los papeles.

- Toma... Aquí tiene la hoja de ruta. Hoy deberás hacer unos cuantos kilómetros de más, ya que no harás el cambio en Mora, sino en Santo Sepulcro. ¡Buen viaje!

Sin apenas mirarlos, Gonzalo los introdujo de mala manera en el bolsillo del grasiento mono. No necesitaba mirarlos para saber que tiraría del material más moderno de la compañía y que su viaje concluiría en Zaragoza en vez de hacerlo en tierras catalanas. Tras hacer sonar brevemente el silbato y casi de forma inmediata, Gonzalo abrió bruscamente el regulador provocando que las ruedas motoras girasen en vacío y arrancasen algunas juguetonas chispas de los carriles. El estiramiento brusco de los mecanismos de enganche de la larga fila de vagones, provocó la caída de los viajeros que todavía no se habían acomodado en sus asientos, aunque la airada protesta de los que todavía rodaban por los suelos nunca llegó a sus oídos.

GARRAF

Entre largos chorros de vapor, el Expreso de Madrid desapareció rápidamente de la mirada de los que aún permanecían agitando sus manos en los andenes de la estación de Francia. Como alma que lleva el diablo, el largo tren dejó atrás la gran ciudad y pronto se encontraron rodando con la caldera a su máxima presión y a casi 90 Km/. por las largas rectas que transcurren junto a las huertas del bajo Llobregat. Fue entonces cuando la 141F se cruzó con las primeras locomotoras eléctricas "7600" que paulatinamente iban ganando la titularidad de los trenes del denominado "ocho catalán". Por eso, la antipatía que sentía Gonzalo por estas silenciosas y frías locomotoras francesas haría que omitiese el saludo de cortesía entre maquinistas, dedicándose a echar un rápido vistazo al vacuómetro y al nivel del agua, que permanecía un poco bajo.
En silencio y con la cabeza asomada por la ventanilla, Gonzalo observaba como la mole del macizo del Garraf avanzaba imparable hacia ellos. Sabía por experiencia que ninguno de los túneles de la formación rocosa tenía una longitud excesiva, pero también sabía que era importante mantener la locomotora a su máxima presión para atravesarlos sin problemas. El agudo y prolongado silbido producido por el eyector de fuel y la consiguiente inflamación del mismo, hizo estremecer las entrañas de la locomotora, que ya comenzaba a internarse en los primeros túneles. Durante unos segundos, la oscuridad peleó duramente contra los fugaces destellos que se escapaban por la deformada puerta del hogar y, poco a poco, la amarillenta luz proveniente de las bombillas del techo de la cabina, que emitían extrañas intermitencias producidas por el balanceo de la locomotora, fue tomando posesión de sus dominios.
Mientras los túneles se sucedían uno tras otro, Gonzalo permanecía atento con la mirada fija en la brillante superficie de las vías intentando descubrir alguna nueva formación de piedras. Estaba seguro que el pastor era el responsable de la pesada broma, pero el irónico destino le preparaba una buena sorpresa

-¡Garraf! - anunció Antoñín cuando el tren emergió del túnel que desemboca en la estación.
-¿Cómo vamos de horario? - preguntó Gonzalo a su compañero mientras aminoraba la marcha ante la señal avanzada.
-¡De miedo!.
-¿Y de agua?
-Un poco bajos. Recuerda que anoche no quisiste cargar por que te hacía daño la cabeza, -contestó dando unos golpecillos a la esfera del indicador del tender como para asegurarse de su correcto funcionamiento.
-¡Maldita sea! - farfulló malhumorado- Supongo que tendremos suficiente para llegar a la aguada de Villanueva, ¿no?

Asintiendo, Antoñín se acomodó en su banqueta de madera y, con la cabeza fuera de la ventanilla, observaba la larga cola de vagones mientras que el tren avanzaba lentamente entre los solitarios andenes de la estación. Mientras tanto, al otro lado de la cabina, Gonzalo permanecía atento a la figura del jefe de estación que mantenía el banderín en posición vertical. Junto a él permanecían dos mozalbetes cuyos rostros reflejaban una satírica sonrisa. Al llegar a su altura, preguntó...

-¿Todo bien, jefe?
-Vete con ojo. Tienes un mercancías que va casi sin presión. Rueda con "marcha a la vista" o te lo comerás.

Gonzalo asintió con la cabeza y tiró suavemente de la palanca del silbato. Tras lanzar una ojeada al manómetro Bourdon, desplazó cuatro muescas el regulador para ganar velocidad. Asomado a la ventanilla, no acababa de entender las extrañas carcajadas de los dos mocosos que aún permanecían en el andén. Poco podía sospechar nuestro maquinista que se hallaba ante los auténticos responsables de las fechorías de días atrás.
Quienes acostumbran a viajar por esta línea saben que, nada más dejar atravesar las agujas de la estación, se alza a pie de vía la agreste silueta rocosa que conforma el macizo del Garraf. Por eso no era extraño que el resplandor producido por el foco de la veterana 141F no fuese suficiente para aclarar las tinieblas que envolvían el túnel que discurre bajo "La Maladona"; ni mucho menos para tratar de adivinar lo que depararía el destino a nuestros amigos unos pocos kilómetros más adelante. Lo que sí acertó a descubrir nuestro maquinista mediante los tenues rayos de luz que se filtraban a través de los respiraderos del túnel, fue la ya habitual y ordenada hilera de piedras que esperaban ser aplastadas como las canicas después de escapar del cesto de mimbre. Empapado en sudor y con su habitual vocabulario, Gonzalo se desfogó propiciando cortas sacudidas al regulador de la locomotora, haciendo que los túneles se sucediesen rápidamente entre espesas nubes de humo. Fue justamente cuando la claridad que anunciaba el final del túnel de la cala Morisca cuando una oscura silueta, situada en medio de la vía, agitaba enérgicamente los brazos.






-¡Frena, Gonzalo! ¡Frena! - Es el pastor de ovejas. ¡Algo ha ocurrido!.
-¡Que le den! Querrá jorobarnos como hace siempre. Si no se quita de en medio me lo llevaré por delante.

Intuyendo el peligro, Antoñín apartó bruscamente al maquinista del regulador y se apoderó de la palanca del freno. Su brusco desplazamiento produjo la salida repentina del aire del circuito de vacío provocando el apretamiento de las zapatas contra las ruedas que, de forma inmediata se inmovilizaron emitiendo un chirrido ensordecedor al deslizarse sobre el pulido carril. La repentina sacudida cogió por sorpresa a Gonzalo, que fue proyectado al fondo del tender mientras que Antoñín, aferrado con todas sus fuerzas a la palanca del freno y con los ojos desorbitados, observaba por la ventanilla frontal como una enorme piedra descansaba en mitad de la vía. Todo ocurrió muy deprisa, casi en un abrir y cerrar de ojos. Tras la colisión, la locomotora arrastró unos metros la pesada roca y saltó de la vía, balanceándose peligrosamente sobre uno de los costados. Durante esos eternos segundos, un prolongado estremecimiento metálico recorrió el convoy en la profundidad del túnel.






***
La noticia sorprendió al país de la misma manera que lo hicieron las torrenciales lluvias caídas las últimas semanas. Los periódicos de aquel 16 de Marzo de 1969 dedicaron sus primeras páginas al accidente del prestigioso expreso que, en realidad, había descarrilado tras colisionar con una enorme roca a la salida de un túnel a consecuencia de los corrimientos de tierras de la zona. De hecho, la noticia no hubiese adquirido gran notoriedad entre la opinión pública de no ser por la arriesgada intervención del pastor de ovejas, aún sin identificar y en paradero desconocido, que advirtió del peligro a los maquinistas del siniestrado tren, aunque lo que más despertó la curiosidad de los lectores fueron los extraños comentarios del jefe de estación que no acertaba a comprender como sus hijos se podían pasar todo el día jurando que "no lo volverían hacer más".
Desde ese día algo cambió también en Gonzalo, que se juró a sí mismo ser menos "Cascarrabias" con sus compañeros y a no sacar conclusiones precipitadas. ¿Alguna prueba de ello? ¡ Actualmente conduce una 7600 ! .







Nota del autor

Sólo en la imaginación del autor dormía el presente relato, aunque hizo falta la amable colaboración de Comercial Brit-Line para convertirlo en realidad. La cesión de materiales Woodland Scenics, Wiland, Peco, Ratio, MKD y la "Mikado" de Model Loco, hicieron posible la materialización de la mayoría de las fotografías que ilustran este artículo.

Copyright- Javier Pérez-Maquetren

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