OPINIÓ

Coloreando el azar

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Juan era moreno de tez, alto, fornido. Por aquél entonces lucía una media melena morena que le hacía tremendamente seductor, sus ojos verdes desprendían vitalidad, simpatía. Era el Don Juan de su promoción. Sandra por el contrario era rubia ojos azules, una chica introvertida, dulce y muy hogareña; una mujer muy comedida.

Después de cuatro años de noviazgo decidieron casarse. Ella pudo abrir su farmacia en el concurrido barrio de Salamanca en Madrid, y él pasó a formar parte de una prestigiosa e importante multinacional, ocupaba un cargo de peso en la dirección de la empresa.

Vivían muy acomodadamente en un fasto ático, a pocos metros de la farmacia. Disponían de servicio y de todo tipo de ostentaciones. A la vista de todos, eran la pareja perfecta, la envidia de los festejos a los que acudían.

Al poco, llegaron los niños y con ellos, la felicidad máxima. Rebosaban alegría. Pero con el tiempo llegaron los altibajos, la pesadez, la carga del día a día, la invariabilidad; y la monotonía.

Sandra vivía para su negocio, su hogar y su familia, se entregaba de lleno en ello. Juan empezó a viajar mucho, a pasar muchas horas en la oficina, incluso, fantaseaba con su secretaría; esos pensamientos lascivos le hacían imaginar la idea de tener algún affaire con la joven.

Ella notaba que su matrimonio se desmoronaba, perdía el control de su vida y la de su marido y eso la exasperaba muchísimo, así que se propuso recuperar su anterior vida y a su marido. Planeó un viaje a Grecia, concretamente a la isla de Mykonos, sabía que Juan adoraba la ambigüedad que esta proclamaba.

Sandra no espero a que Juan regresara a casa, y fue directamente a la oficina a recogerle. Aquella mañana ella vestía una vaporosa camisa de seda en color gris perla, una ajustada y ceñida falda de tubo en cheviot, con una apertura en la parte trasera de la falda, negras medias de seda y unas botas de en ante negro justo por debajo de la rodilla. Sobre su cuello un collar de perlas a juego con unos pendientes en forma de lágrima. Un abrigo negro de paño cubría su vestimenta. Gafas negras de pasta y un negro birkin de Hermes, en su antebrazo. Entró en el despacho y él sorprendido, fue en su acogida. Juan vestía clásico; un traje negro de Hugo Boss, camisa azul celeste y corbata a rayas de Loewe en tonos burdeos junto con unos mocasines negros. Un dulce y frío beso sobre sus labios fueron sus muestras de afecto. En aquel beso no había ni un atisbo de pasión, ni un pequeño ápice de emoción, estaba claro que algo se había roto en aquel matrimonio.

Ella le comentó su visita y él expectante la escuchaba. Juan puso todo su interés sobre Sandra. Le parecía fascinante la idea, era obvio, que algo tenían que hacer para romper ese hábito diario que se había vuelto una costumbre.

Ávidos de ilusión salieron de la oficina y se encaminaron hacia la agencia de viajes a por los billetes de avión. De camino entraron en unos grandes almacenes. Juan necesitaba un traje nuevo para una importante reunión de negocios en Londres, tenía que tratar con un cliente muy importante y quería causarle muy buena impresión. Ascendieron a la segunda planta y una vez allí, fiel a su firma acudió al córner de Hugo Boss.

Allí se hallaba Núria, era una dependienta de la prestigiosa firma. Núria era una chica de unos treinta años. Vestía un uniforme en traje chaqueta pantalón negro y una ajustada camiseta de licra negra. Su lacio pelo era negro azabache, justo media melena. Un sutil y ligero maquillaje cubría su cara. Su rostro era fastuoso, aterciopelado, su piel anacarada y sus mejillas rojizas, la hacían una criatura tan voluptuosa. Sus ojos eran marrón pardo, casi negros. Su mirada, era una mirada felina, era libidinosa, refinada y tremendamente atractiva. Sobres sus carnosos labios un pequeño toque de brillo.

Núria se acerco y amablemente les atendió, les mostro varios trajes que minuciosamente había elegido, y acto seguido los hizo pasar al probador. El probador era espacioso, en dos de sus paredes dos amplios espejos cubrían la pared de arriba a abajo, en la otra, había una barra de acero para poder colgar las prendas y un cómodo banquillo forrado en piel negra.
Núria le colgó un par de trajes en la barra del probador y Juan entró dispuesto a probárselos. Sandra esperaba fuera, mientras elegía una camisa para la ocasión. Núria la asesoraba en todo momento. Él salió y le pidió a la dependienta que le trajera algún traje más que no le convencían los anteriores, entonces Sandra se percató de que se demoraría considerablemente y decidió bajar a la primera planta para mirar alguna cosa para ella.
Núria eligió un precioso traje en color azul marino, junto a una camisa blanca y se la entró al probador. Núria fue por una corbata, buscó la más acorde con el traje, una malva oscuro. Al salir Juan del probador le dijo: " esté me gusta mucho, tómame las medidas que me lo quedo". Ella le mostró la corbata y le gusto, acto seguido ella lo entró en el probador y le puso la corbata al cuello. Él percibía su aroma, era un dulce olor, floral i afrutada, que la hacía aún más apetecible.

Una vez le anudo la corbata, le despojó de la americana para tomarle las medidas del pantalón. Deslizó sus manos por su cintura para comprobar que estuviera bien de talla y poco a poco se inclinó para tomarle las medidas de los bajos del pantalón. Él, frente al espejo expectante y ella de rodillas en el suelo, deslizaba sus manos una a cada lado de la pierna muy despacio, hasta llegar al bajo. Minuciosamente clavo los alfileres y se incorporó de nuevo. Tomó la americana y se la puso de nuevo, desde atrás levanto sus brazos y rodeando su torso le abotonó la americana. A Núria el pulso se le aceleraba, miraba de contener la respiración. Le pidió que no se moviera, pues, tenía miedo de clavarle un alfiler, y en ese preciso instante ella se pinchó un dedo. Corrió a mirar si sangraba e iba a introducir su dedo en su boca para que no lo hiciera y él, en un arrebato le tomó la mano y miró su dedo y acto seguido se lo introdujo en su boca. Empezó a lamerlo y a succionarlo con fuerza. Ella contenía sus suspiros, le quito el dedo de su boca y empezó a besarle. Se besaron apasionadamente, en ese preciso instante entró Sandra. Absorta se quedó al ver aquello, sin mediar palabra salió del probador, cerró la puerta y esperó al otro lado cinco minutos. Tomó aire y volvió a entrar. Dejó las compras, el abrigo y el birki en el suelo y se abalanzó sobre Núria y empezó a besarla bajo la atenta mirada de su marido.

Juan no daba crédito al comportamiento de su mujer, pues ella jamás había tomado la iniciativa ante nada, él la había visto siempre como algo frágil y delicado. Ansioso observaba como ella le quitaba la americana a Núria, y le levantaba la camiseta, quedando a la luz su sujetador. Era un sujetador sencillo de color fucsia con un par de lazos. Enloquecida Sandra siguió besándola y le arrancó la camiseta, introdujo sus dedos en su boca mientras con la otra mano apartaba el sujetador y asomaba un pezón que ella lamió con delicadeza. Sus manos recorrían su vientre, posteriormente sus labios lo recorrerían también, mientras sus manos desabotonaban el pantalón de Sandra. Juan estaba fuera de sí, en un estado de enajenación y excitación desbordada, no perdía ni uno de los detalles, pues estaba descubriendo la faceta más salvaje de su mujer, algo que él desconocía por completo, pero que a la vez le apasionaba. Le bajó los pantalones, le dio la vuelta y la puso frente al espejo, y allí observaba el reflejo de él en el espejo asegurándose que Juan no se perdiera nada de lo que sucedía. Introdujo sus dedos bajo el tanga de Núria, mientras mordisqueaba sus nalgas, ella apoyada sobre el espejo gemía. Sandra continuó hasta que ella gritó, un desgarrador grito de placer.

Juan excitado, cogió a Sandra y la sentó en el banquillo. Le quitó las medias y anudó sus muñecas con ellas en la barra de acero. Desabrochó su camisa mientras besaba su cuello, y allí observo como jamás había hecho antes, cuanta belleza escondía Sandra bajo esa vaporosa camisa de seda. A la luz quedó su lencería, era un precioso body de seda, en rosa palo, con encajes negros, muy sugerente, y sensual, a la par que elegante, tal como era ella. Besó sus pechos, su vientre, subió lentamente su falda mientras lamía sus muslos y allí delante de Núria la hizo suya. Ambos sucumbieron su placer en un intenso y placentero clímax. Dándole a su monótona y aburrida vida un gran ápice de color y placer.

 

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