Nadal

¡Es Nochebuena, toca leer Navidad!

Benedetti

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Leer esta carta es como ir de nuevo a un ayer de mi vida. Una mezcolanza de emociones, sentimientos e  imágenes de una Caracas de techos rojos, y periódicos grises repletos de malas noticias.

Quizás esta nube de recuerdos escritos, me lleve de nuevo a aquella vereda llena de eucaliptos, y a la casa que me acompañó de pequeñito. El suelo, las paredes y las puertas de aquella casa, hablaban del carácter que ahí dormía. Letras, poetas e historias de la vida. De los años en que mi infancia jugaba tranquila. Hermanos, primos y vecinos columpiábamos la fantasía en una calle estrecha que convertíamos en una larga autopista. Inventándonos coches con cajas de cartón vacías, pero todo acababa cuando escuchábamos las balas perdidas…, aquellas, que yo confundía con los tradicionales petardos de la tía Guillermina.

La Navidad y la música eran un precioso cristal de alegría, una gran orquesta que los abuelos dirigían, donde primos y tíos tocaban villancicos todo el día. Mientras, mi mamá y mi tía María desnudaban las uvas para coleccionar las semillas.

Fueron pasando los años y la Navidad insistía, pero cada año la orquesta menos músicos tenía y la delincuencia ya nos había robado nuestra autopista. Era mejor cerrar la puerta y conversar en el salón de cómo nos había ido la vida.

¿Hijos? Ni por confusión tenía, tuve una esposa que me daba los buenos días, pero como viajaba tanto, un buen hombre conoció un día, enviándome una carta donde el divorcio me pedía…

Bonitas navidades, las de mi familia, o por lo menos, eso dice esta carta que me envió Mercedes Margarita. Yo no las recuerdo pues mi memoria se volvió selectiva, desvaneciéndose todo, incluso, hasta el nombre que tenía.

¿Qué sería de mí?  Sin esta carta con mis memorias escritas y su respectiva posdata en negrita “Suerte  que emigraste de esa Caracas entristecida. Con trabajo en mano, ahorraste dinero como hormigas, y como en bancos ya no creías, sabio escondite, aquel, viejo sofá de la buhardilla.”

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