Tango

Pero este perro guapo no tuvo suerte. Yo lo conocí el verano de 2001, cuando empecé mi voluntariado en una protectora todavía bastante desconocida para el público, en la que las admisiones eran muy pocas y las adopciones aún menos. Todavía me acuerdo de todos los perros que durante mis primeros meses vivían en la “planta de los pequeños”, donde yo estaba. Gordi, Anka, Pikachu, Tango, Romeo, Rocky, Sammy, Nena, Dolça, Archie, Sort, Amic,... Algunos vivieron con nosotros durante años, pero todos acabaron adoptados. Todos menos Tango.

Tango había llegado a la protectora cuando sólo era un cachorro. En apariencia tuvo suerte, porque salió adoptado rápidamente. Sin embargo, al cabo de un año sus adoptantes lo devolvieron. No sé cuáles fueron sus razones, ni me interesan. Sólo sé lo que me gustaría que les sucediera, pero la corrección política no me permite plasmarlo en estas páginas. Lo devolvieron gordísimo, y marcado con la agresividad puntual y repentina de los perros maltratados. En la protectora fue recuperando la forma física, recuperó el cariño y el respeto que evidentemente le habían faltado durante ese año, pero jamás volvió a recuperar la salud mental.

Cuando lo conocí me contaron su historia y me advirtieron que fuera con cuidado cuando lo sacara o jugara con él. No voy a mentir, Tango nunca conectó conmigo, excepto la tarde que adoptaron a Dolça, su compañera de jaula. Tango y yo salimos a la calle a despedirnos de ella, y desde una distancia prudente la vimos entrar al coche de sus nuevos dueños. Fue la única vez en la que Tango levantó las patas delanteras para apoyarse en mí. Yo me agaché para abrazarlo, y aquélla fue la primera vez que lloré por él. Porque, efectivamente, al poco tiempo empezó a morder a la mayoría de los voluntarios y perdimos la esperanza de que pudiera ser adoptado. Aun así, jamás perdió el contacto con una envidiable minoría, especialmente con su madrina, a la que adoraba y gracias a la cual vivió momentos entrañables. Hasta el día 8 de noviembre, cuando Tango nos dejó.

Pero él no fue la única víctima de una adopción irresponsable. Dirk era un perro enorme de pelo corto atigrado y cabeza cuadrada, un gigante simpatiquísimo que adoptaron como vigilante de una fábrica. Al poco tiempo la fábrica pasó a manos de un nuevo dueño al que no le gustaban los perros, y Dirk fue devuelto a la protectora. A las pocas semanas Dirk murió de leishmaniosis.
Bobby era un peluchito de pocos meses al que adoptó una chica muy dulce de aspecto triste que lo iba a tratar como un rey. Salió de la protectora un viernes y regresó el lunes siguiente. El novio de la chica había vuelto con ella durante ese fin de semana y ella se desprendió de la tristeza y de Bobby, que murió al poco tiempo del moquillo que había contraído en un parque para perros donde la dulce muchacha lo había llevado a jugar.

En el pelo de la tímida Insa se mezclaban todos los colores del otoño. La adoptó una familia joven “para los niños”. Pero cuando los padres se separaron se deshicieron del sofá y de Insa porque ninguno de los dos entonaba con el nuevo decorado de su vida. Insa volvió a la protectora, igual que Sort, un enano testarudo con pelo de plumón al que el seguimiento de los voluntarios lo salvó del sacrificio inminente. Sort insistía en subirse al sofá de su nueva dueña, y ésta, sin ni siquiera las agallas suficientes para devolverlo a la protectora, ya había concertado la cita letal con el veterinario.

Insa y Sort tuvieron más suerte y ahora viven, como la inmensa mayoría de nuestros animales adoptados, con personas que los quieren. Y es que casi todas las adopciones se llevan a cabo por personas conscientes de lo que significa adoptar un animal. Cabe añadir que no todas las devoluciones son el resultado de adopciones inconscientes. A veces un buen adoptante puede equivocarse y adoptar un animal con demasiada energía para su edad, sus fuerzas o su vivienda. O los animales del adoptante no aceptan al animal nuevo. O el adoptante cae enfermo y ya no puede cuidarlo. En estos casos, las devoluciones son lícitas y comprensibles, y el adoptante devuelve al animal muy a su pesar.

Por otra parte, los defensores de los animales promovemos la adopción. El comercio de animales de compañía es una de las principales causas de la sobrepoblación y el abandono. La compra, además, es el reflejo de una sociedad consumista, conducida por modas y caprichos. Pero la adopción, a veces, puede ser el resultado de un ataque de compasión superficial, que se deshace en excusas absurdas cuando el animal empieza a causar molestias. Las consecuencias para el animal pueden ser irreversibles. Como lo fueron para Tango, nacido para ser feliz como otros miles de perros y gatos cuyas vidas han sido destrozadas por el antojo de ciertas autodenominadas buenas personas.


Cristina Pérez Capdet
Lliga Protectora d´Animals i Plantes de Barcelona

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