OPINIÓ

El renacer de las rosas

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En su momento ya aclaré y ya justifiqué el por qué nace Anaïs. Como parece ser que hay tanta confusión al respecto, me explicaré nuevamente.

Anaïs, pseudónimo elegido con delicadeza, para darle vida al personaje que he creado, y poder hablar de un tema que siempre me ha apasionado. Es justamente por eso que elegí ese nombre, pues no conozco una maestra mejor que la verdadera "Anaïs Nin".

Jamás dije en ningún momento que yo fuera ella ni me hice pasar por ella, y conozco muy bien la vida de esta gran escritora, por la que tengo sumo respeto y admiración. Pero a la persona, o personas que nos refrescaron la memoria, contando la vida de "Anaïs Nin", desde aquí les doy las gracias. Habra algún lector que desconocía esa información y le habrá sido de ayuda.

De bien pequeña siempre me gusto relatar y, últimamente mis relatos intentan descubrir las fantasías, los miedos i las inquietudes a cerca del sexo. Ya que considero que se tiene mucha información al respecto, pero lamentablemente en muchas ocasiones no se hace un buen uso de ella, ya que siguen habiendo muchas enfermedades venéreas y muchos embarazos no deseados.

No querría que nadie piense que quiero dar lecciones de sexualidad, nada más lejos de la realidad, ese no es mi cometido. Ni soy una experta, ni una profesional de la sexología, simplemente quiero compartir con todos vosotros mis relatos y buscar vuestra colaboración para poder crear nuevas historias.

Hay muchas personas que sienten vergüenza, miedo o pudor al hablar de temas sexuales, o simplemente no saben donde deben hacerlo. Aquí todos y cada uno de vuestros comentarios serán escuchados y tratados con suma delicadeza, como ha sido en este anterior relato, el caso de Marta. Yo ya indiqué que Marta quiso vencer a sus miedos y a sus fantasmas contando su vivencia. Pero como ya dije anteriormente trataremos todo tipo de fantasías, miedos y inquietudes a cerca del sexo. TODOS, sin excepciones.

Yo desde aquí le brinde mi entero apoyo y intenté haceros llegar su historia. Las parafílias entran en las fantasías sexuales de muchas personas. Estoy en total desacuerdo de este tipo de parafilia. Cualquier tipo de abuso a un menor me resulta repulsivo. Yo concibo el sexo como un acto en todo momento consensuado. Por eso quise publicar este relato y darle vida a Laura. Porque considero que no ha de dejarnos indiferentes y hacer caso omiso, para mi le restaría importancia a este suceso.

Es un hecho devastador y trágico. Cosas así suceden a diario en demasiados lugares del mundo. Miles de inocentes niños son desprendidos de su más preciada virtud: "LA INOCENCIA". Suceden por que en muchas ocasiones nos cubrimos los ojos con una venda o simplemente miramos a otro lado, pensando que nunca llegará a alcanzarnos.

Yo no voy a hacer la vista a un lado y desde aquí lanzo un grito de apoyo y ayuda a todas esas victimas de los abusos sexuales, para que así dejen de haber Lauras en el mundo.




"El renacer de las rosas".

Como todas las mañanas al alba, con las primerizas luces del día, Akemi se dirigía a la lonja de Marbella. Madrugaba mucho para llevarse las mejores piezas. Pese a su juventud, era la propietaria de un opulento y magnífico restaurante japonés en Puerto Banús. Un fuerte aroma, llegado de mar adentro, invadía el lugar. Estuvo observando a los pescadores y cauta, examinó la mercancía que traían y allí, entre gritos y alaridos, realizó sus compras. En ellas, unos atunes. Un saco de erizos de mar, jureles, un salmón, una caja de langostinos, y otra de gambas de Palamós.

Akemi era española de nacionalidad, pero de adaptadas costumbres niponas. Nacida y criada en la península, su madre era andaluza y su padre de Tokio. Una eminente combinación entre lo occidental y lo oriental. Algo de lo más extraordinario a la par que exótico. De lacia melena morera, negra como el azabache. Su piel era blanquecina, tersa y nacarada. Una luz invadía su rostro. Su boca era delicada y plena. Sobre sus pómulos, un leve toque de color sonrosado realzaba sus verdes ojos, rasgados como almendras. De complexión reducida. Tenía un cuerpo pequeño, pero mimado en solemnes curvas. Delicadas y bien definidas. Parecía una exquisita muñeca de porcelana. Como su nombre indicaba, era brillante y tremendamente hermosa. Reservada y con una sonrisa de complicidad que la hacía no romper su sublime encanto.

El restaurante, ubicado en una zona bien privilegiada, disponía de una pequeña recepción en la cual eran atendidos personalmente por Akemi todos los comensales. Tras unas plantas de bambú, se hallaba el salón principal. Era un amplia sala minimalista, deliberadamente sencilla para no distraer al anfitrión e invitados. Tal como manda la tradición en Japón. Con mesas lacadas en negro, junto a unos sillones de piel blancos. Sobre estas, unos individuales manteles color marfil de algodón, con grandes trazos japoneses en tinta china. Justo encima una exquisita vajilla en gris marengo. Importada exclusivamente de la ciudad de Gión. Sus paredes color sepia, revestidas de grandes fotografías en blanco y negro de "El país del origen de sol". Al fondo, tras unas puertas correderas de madera y papel de arroz, se encontraban los reservados. Eran espacios íntimos separados de la gran sala. Disponía de cuatro pequeños salones. En uno de estos, en la pared fronteriza a la entrada, había un gran cerezo en flor y bajo este, dos geishas. Una representando una fábula clásica y otra tocando el shamisen. Sobre el tatami, una amplia y baja mesa rectangular de madera de cerezo rojo. A los lados, unos amplios y confortantes cojines negros y sobre ellos, bordadas en hilo de seda color gris perla, unas letras Kanjis. En un extremo del reservado arreglos florales, conocidos como "chabana". Reflejando la forma en la que se verían en su entorno natural.

El local disponía de varios camareros. Todos ellos vestían de negro y entre todos ellos, destacaba ella. Vestía un kimono de seda verde oliva, de mangas sisadas, con motivos florales bordados a mano, en color oro. En los laterales, dos aperturas, justo por encima de las rodillas. A la altura de los muslos, ribeteadas por una tira de seda en color ocre. El pelo, perfectamente recogido en un singular moño, con unos adornos típicos de las geishas. El color del kimono realzaba sus enigmáticos e inescrutables ojos verdes y la seda se pegaba a su piel, dibujando una minuciosa silueta.

Eran las dos pasadas del medio día. Juan y Claudia eran clientes del local y previamente habían llamado para hacer la reserva. Eran una pareja bastante asidua al restaurante. Les encantaba la comida y el trato ofrecido por la anfitriona. A su llegada, Akemi les hizo una reverencia, inclinado levemente su torso y los acompañó, conduciéndoles a su mesa, que se hallaba justo en uno de los reservados. De camino, pasaron por el gran salón, justo detrás de ella. Ambos admiraban su elegancia y su manera de andar. Con armonía. Un andar liviano, sigiloso y delicado. Parecía que pisara nubes de algodón. Llegados al lugar les abrió la puerta y les acomodo en la pequeña sala, entregándoles las cartas y sugiriéndoles el plato del día. Unos deliciosos Makis de Salmón y kiwi. Una vez elegido el menú, les tomó nota y les descorchó una botella de cava "Brut Nature", tal como solicitaron. Juan sorprendido por la repentina comida le preguntó a Claudia:

- dime querida: ¿a que se debe esta comida inesperada?.
- Juan, ¿cuantos años llevamos juntos?. Contesto Claudia.
- ¿A que viene ese pregunta, que sucede?.
- Ni tan siquiera recuerdas cuantos años llevamos juntos.
- Claro que lo recuerdo bizcochito, ¡son muchos!.
- ¡Muchos!, pero exactamente no sabes cuantos.
- Pero bizcochito, que más de un año más, un año menos.
- Me agradaba tanto que me compararas con un bizcocho. Me gustaba tanto oírtelo decir, era tan dulce...
- Y te lo seguiré diciendo bizcochito mio.
- Que curioso, ahora este pastel me empalaga, incluso me atrevería a decirte, que me empacha y se me repite.
Juan cambió el tono de su voz:
- Pero, ¿que sandeces estas diciendo Claudia?.
- ¿Te has fijado en nuestros mensajes de móvil?. No hay ni un ápice de emoción, y me encantaba recibirlos. Los leía y releía una y otra vez y ahora me contestas con un triste y solitario sí, y eso.......¡si contestas!. ¿Te has fijado en nuestras llamadas, en la calidad de las conversaciones? Ya no hablamos de hormigas, ni de mariposas que ardientes revolotean. Hace mucho tiempo que ya no soñamos despiertos. Ya no volamos más allá como solíamos hacer antaño y sinceramente....
- ¿Qué estas intentando querer decirme, Claudia?.

Ella le miró fijamente y tomó su mano.

- Sinceramente Juan, me siento aferrada al suelo y no me apetece alzar más mis alas batientes, para emprender un viaje sin sentido.
- Pero, ¿y todo el amor que sentimos, que pasa con todo eso?, no puede ser cierto nada de lo que me estas diciendo.
- Ya no recuerdo exactamente cuando, ni donde, pero invente mi amor por ti como un regalo. Lo mantenía vivo en mi. Fingiendo el amor por ti. Creo que era una manera bondadosa de expiar mi falta de cariño. Pero me percato, de que no es más que lástima.

En ese preciso instante entró Akemi con los Nigris de atún, los dejó sobre la mesa. Ella pudo advertir las caras de los dos. Cautelosa y discreta había escuchado parte de la conversación al otro lado de la puerta.

Claudia continuó hablando y Juan cabizbajo, asentía en silencio.

- Dime que no es cierto nada de lo que digo, y olvidaremos lo sucedido. Pero se sincero y dime que sientes las hormigas trepar por tus muslos, dime que es así, para no sentir lástima. Ya no solo de ti, sino de mi. Por sentirme la mayor traidora del mundo.

Akemi se fue retirando de la mesa y se quedó justo en la pared debajo del cerezo. Parecía una geisha más, en la enorme mural.

- Llevas parte de razón, cierto es que yacen en algún lugar dormidas esas hormigas que erizaban nuestra piel. El trabajo me ha mantenido ocupado, pero podemos despertarlas en cualquier momento. Yo a diferencia de ti, no he de inventarme un amor, por que lo que siento sigue latente de pasión.
- ¿Y por que ya no me tocas?. Despierta a tus hormigas y haz enloquecer a las mías. ¿Por que no me tiendes sobre esta mesa y me haces tuya?.
En un arrebato ella se desabotono la camisa y le dijo:
- ¡Hazlo ahora!.
Juan levanto la voz:
- ¡Claudia por dios, tápate!, no estamos solos, estamos en un lugar público. Juan dirigió la mirada hacía Akemi y con un gesto pidió disculpas, esta asentó y bajo la cabeza.
- Intento buscar en ti un relámpago que ilumine mis emociones, que le de un atisbo a mi vida, y cuanto más me esfuerzo en buscar, más rudimentario y básico me parece tu comportamiento. No creas que me siento orgullosa de tener que fingir todo el tiempo, por eso te digo que ya no quiero hacerlo más.
- ¡Claudia, no te reconozco!.
- ¡Ese es el problema!. Quizás no has llegado a conocerme nunca.

Juan se levantó, se calzó los zapatos y se dispuso a irse. Akemi le acompañó a la puerta y allí dejó pagada la cuenta, y nuevamente le pidió disculpas por el deplorable comportamiento de Claudia. Esta le dijo que no debía disculparse, que estas cosas suceden a diario en todas partes.


Akemi volvió al reservado y allí encontró a Claudia desalentada, abatida y triste.

- Lamento profundamente el numerito. Siento que he perdido diez años de mi vida, con un hombre que no ha sabido ver que necesito. Yo quiero alguien que mantenga mis ganas de ser niña, que me haga reír. Que le devuelva la ilusión a mi vida, que me sorprenda en el día a día. Para mi el amor es arrebato, pasión, obsesión, ímpetu, calidad y ante todo es valor. Es esa manera tan intrépida de transcurrir el tiempo. Es esa forma tan peligrosa y a la vez tan excitante de tener el corazón abierto y de estar en movimiento ante la vida. ¿Cómo pudo olvidar cuantos años llevamos juntos?.

Akemi se acerco a ella y le dijo:

- Así como llega el gélido invierno y la nieve todo lo cubre con un blanco manto, esperamos ansiosos que llegue a florecer la primavera para que todo vuelva a recobrar vida. El que estemos en una estación cualquiera depende de nosotros mismos. ¿Recuerdas lo que te conté de la ceremonia del té?.
- Sí claro, me encanta verte hacerlo.
- En Japón la ceremonia del té es algo sagrado. Yo aprendí de mis abuelos, y estos de sus antepasados. Antes de proceder a servir el té adornaban el salón con uno motivos florales, "chabanas", y para estos se utilizaban flores que solo vivían un día, para así poder subrayar la importancia del ritual. En el amor es lo mismo, has de renovarte constantemente para no entrar en la dinámica de la rutina. Eso lo corrompe todo. "Así como uno olvida regar las rosas, estas se vuelven marchitas y mueren".
- ¡Eso es!.
- No llores más, todo pasará. No has comido nada.
- No tengo apetito.

Akemi se acercó a secar la lágrimas de Claudia, pudo percibir su aroma. Exhalaba un aura de sensualidad que cualquier hombre hubiera quedado embriagado por ella. Se puso frente a ella, tras secarle las lágrimas pasó a acariciarle la cara levemente. Acarició su pelo, sus labios, tomó sus labios entre los suyos y los beso efusivamente.

- ¡Akemi!. Dijo Claudia.
- ¿Qué le pedías a Juan hace un momento?. ¿No querías que despertará todas tus hormigas, que te tendiera sobre la mesa?. No tengas miedo, te aseguro que ninguna de tus hormigas se quedará dormida, me encargaré de despertarlas a todas. Tu sólo déjate llevar.

Lentamente fue abriendo su camisa y se la retiró con suma delicadeza. Posteriormente bajó la cremallera de su falda, dejándola caer al suelo. A la luz quedó su ropa interior. Era un refinado y delicado conjunto de lencería fina. De encaje devorado negro, parecía la trama de una araña tejedora. Su sostén transparente dejaba ver la magnitud de sus pechos, y sobre su braguita ribeteada por una puntilla, vislumbraba su secreto y ardiente sexo

Akemi la rodeó por detrás y la abrazó estrechándola contra su pecho. Los pezones de Claudia endurecieron al notar el tacto frío de la seda sobre su espalda, y ella pasó a sujetarlos con entereza. A pesar de su timidez, sabía como debía comportarse. Retiró todo lo que había en la mesa y posteriormente tendió a Claudia sobre esta. Agarró un cojín y lo colocó bajo su cabeza, peinando a la vez su larga melena rubia. La dejó allí tendida como una diosa elevada al momento, sobre un altar, y se dispuso a ir a la cocina. A su vuelta, traía una bandeja con Nigiris de atún, Makis de salmón, Sashimi de dorada y mil hojas de té con crema de almendras. Depositó la bandeja sobre uno de los cojines, y se acercó a Claudia. Empezó a besar su rostro, su boca, su cuello y allí le susurró:

- Voy a hacer que jamás olvides esta sugestiva comida.

Frente a ella se despojó de su kimono quedando todo su majestuoso y pequeño cuerpo desnudo al descubierto. Poco a poco fue depositando los manjares que había traído sobre el cuerpo de Claudia. Se colocó justo en un extremo de la mesa, sobre la cabeza de ella y se dispuso a comer el primer bocado, situado entre sus dos pechos. Al coger el sushi, sus pechos quedaron suspendidos en el aire justo encima de la boca de Claudia. Ella engulló su pezón y lo saboreó con intensidad. Akemi le acerco un trozo de sushi y de su boca le dio a comer, introduciendo el sushi con su lengua. Continuó comiendo. El siguiente bocado estaba justo sobre la puntilla de su braguita. Lo comió y la punta de su lengua se deslizó bordeando toda la puntilla. Sus finos y suaves dedos ascendían sigilosos por su vientre como una pluma liviana al viento, hasta llegar a sus pechos. Una vez allí se dispuso a quitarle el sujetador quedando a la vista sus senos. Estos eran voluptuosos, firmes, duros, pero no en exceso. Eran como dos grandes flanes exquisitos sobre un sugerente cuerpo de caramelo. Con su lengua lamió la aureola que envolvía el pezón, como una isla sedienta de las caricias de la espumosa saliva.

Se incorporó y fue hacia sus piernas. Lentamente fue retirando las medias de estas. Claudia notaba como sus dedos descendían por sus muslos, suspiraba, y su respiración se entrecortaba. Akemi separó sus piernas y meticulosamente fue retirando su braguita para dejar su pubis desnudo. Impecablemente rasurado con una fina y delicada linea de bello púbico. Lo acarició con suavidad, con miramiento y delicadamente introdujo uno de sus dedos en sus recónditas entrañas, con una suave y delicada caricia.

Su goce se expresaba en melódicos y armónicos murmullos. Sacó sus dedos y los introdujo en su boca. Allí Claudia pudo probar su concentrado sabor. Akemi fue a probar sus carnosos pétalos y pudo saborear su salobre néctar en todo su esplendor, introduciendo su lengua bien adentro de su flor. Podía notar la contracción de sus muslos. Como sus murmullos se tornaban gemidos y estos intensos, agudos y vehementes gritos de placer y en ese preciso instante impregnó la cara de Akemi con toda su esencia.

Juan desde la puerta silencioso y discreto presenció toda la escena. Sobre aquella mesa, la vió gemir y disfrutar como jamás había logrado él.

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